Carcel de mujeres. Canadá.

La puerta de la prisión se abrió con un chirrido, y Bárbara salió al aire libre por primera vez en meses. La luz del sol la deslumbró momentáneamente, pero la sensación de libertad fue rápidamente sustituida por una oleada de rencor y frustración. Su padre había pagado una suma exorbitante para sacarla de allí, y aunque se sentía aliviada, la realidad de su situación la golpeó con fuerza.

La empresa familiar había quebrado, y su vida había dado un giro drástico. Mientras caminaba hacia el coche que la esperaba, su mente se llenó de pensamientos oscuros. Todo había comenzado a desmoronarse desde que Laura había entrado en su vida. Laura, la mujer que había arruinado todo lo que ella había trabajado. La mujer que había robado a Martín, el único hombre que había amado de verdad.

Al subirse al coche, su padre la miró con preocupación.

—¿Estás bien, Bárbara? —preguntó, su voz llena de incertidumbre.

—No estoy bien. He estado en la cárcel por culpa de Laura y su