Arlo estaba acostumbrado a presenciar la muerte, pero en ese momento sintió algo distinto: una mezcla amarga de pérdida y desolación que no supo cómo procesar.
Fue entonces cuando comprendió algo que nunca había querido admitir.
La señorita Griffin no lo había perdonado por compasión, ni mucho menos por considerarlo valioso. Lo había dejado vivir únicamente porque, para ella, esa era la opción más conveniente.
En su mente, el hecho de que aquel misterioso enemigo hubiera intervenido era un insulto personal. Si dependiera solo de Fleur, él y Callum habrían dejado de existir para eliminar cualquier rastro del incidente.
Arlo también comprendió otra razón. Silas había desaparecido hacía muy poco tiempo tras la caída de la base en Chipre. Sería demasiado arriesgado para Fleur ejecutar a tantos miembros importantes de la familia en tan poco tiempo.
Si seguía sacrificando Griffins sin medida, la moral de toda la Sociedad Eliminadora de Qing se desplomaría y la desconfianza crecería como