Sorprendido por lo que acababa de decir su propio hijo, Harrison espetó: “¿Formarte... en el extranjero?”.
La cuestión de la sucesión había afectado a todos los linajes reales desde tiempos inmemoriales. De hecho, era casi inevitable que los reyes comenzaran a desconfiar de sus propios hijos, incluso después de nombrarlos príncipes herederos.
La mentalidad también era simple. En resumen, estaban dispuestos a entregar el trono, pero el sucesor no podía impacientarse. Y si mostraban signos de impaciencia, la situación rápidamente se convertía en paranoia: ¿esperaba su sucesor que murieran antes para reclamar el trono?
Harrison no era la excepción, pues ya sospechaba que su hijo mayor estaba demasiado ansioso por heredar su puesto, incluso preparándose para lastimarlo por ello.
Por eso Harrison desconfiaba especialmente de Julien, sobre todo después de nombrarlo sucesor. Estaba dispuesto a permitir que Julien lo sucediera después de su muerte, o si perdía la capacidad de liderazgo.
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