Ashley comprendía que las personas nunca compartían exactamente las mismas experiencias, especialmente cuando se trataba de dolor.
Si bien podían sentirse tristes si se veían atrapados en la misma situación deprimente, alguien podía eventualmente superarla, dejando a los demás con una sensación de soledad. Era como lo que sentirían sus compañeros si toda una clase de preparatoria no lograra avanzar a la universidad… les ofrecía tranquilidad.
Sin embargo, si todos recibieran una segunda oportunidad excepto una persona, y esa persona tuviera que empezar a trabajar, se sentiría sola e indefensa, incluso si supuestamente se alegrara por los demás. Después de todo, esa persona no solo había perdido la oportunidad de acceder a una educación superior, sino también el consuelo de compartir un mismo rumbo con los demás.
Por eso Ashley había estado atormentada por dos preguntas durante más de veinte años.
La primera era cómo debía enfrentar a su hijo y explicarle por qué había desaparecido d