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La luz de luna golpeaba la rocosa entrada del castillo abandonado a orillas del territorio sagrado. Los guardias que reposaban en la puerta, estaban muertos en el suelo con una mirada vidriosa y dolorida.
El hombre de cabello oscuro sabía que habían sufrido en sus últimos momentos, las sombras que rodeaban al sujeto habían destrozado uno a uno las extremidades de los guardias. La mirada azulada, dónde antes había amabilidad, compasión y cariño; ahora estaba nublada de rencor, ira, venganza. Desde hacía meses tenía en él una sed de sangre indescriptible y necesitaba drenarla.
Por eso estaba en ese castillo en primer lugar.
Tomó la fi