Mientras metía algunas mudas de ropa en la maleta, Aidan no pudo evitar que su mente divagara. Cada prenda parecía traerle un recuerdo distinto, una nueva punzada en el corazón.
Siendo aún muy joven, se había obligado a endurecerse. No quería seguir siendo ese niño llorón que llegó a vivir con sus tíos. Tara lo había acogido en su peor momento y lo cubrió con ese amor maternal que desbordaba. Nunca lo regañaba, siempre venía, le acariciaba el cabello con los dedos y le susurraba que todo iba a estar bien. Que era amado. Que ella misma, aunque fuera una mujer, sería capaz de patear traseros para protegerlo si hacía falta.
¡Cuánto hubiera dado Aidan por escuchar esas palabras de su madre!
Antes de que todo sucediera, Adara era buena con él, pero distinta. Demasiado ocupada con sus labores como Luna, exigiéndole que fuera un buen ejemplo para sus hermanos. Entonces, todo era responsabilidades, deberes, expectativas... No había tiempo para mimos.
Tara, en cambio, lo conocía de verdad. Con una sola mirada, sabía si algo andaba mal. Y Eira, su loba, además de ser la más fiera y protectora, tenía una obsesión por lametearle el hocico en cada oportunidad. Era tan cariñosa que resultaba imposible no amarla.
Suspiró al guardar su abrigo preferido, un obsequio de su tío Declan. Ese hombre tan alto y testarudo, con su semblante intelectual y serio, a veces parecía el verdadero niño de la casa. Tan propenso a hacer berrinches por la atención de su esposa, que Aidan más se empeñaba en robarla. Pero también siempre presente para enseñar, guiar, proteger... incluso ayudarlo a sobrevivir a su primer celo.
El recuerdo le arrancó una carcajada.
Se suponía que estaban preparados. La primera luna llena luego de su cumpleaños dieciocho. Sin embargo, Rory, siendo tan indomable como siempre, rechazó el efecto de los supresores y Declan tuvo que llevarlos a un hotel rural y conseguirle compañía discreta. Por esa época, Aidan tenía una noviecita humana que no hubiera soportado el voltaje de un wolven en celo.
Sonrió un momento, antes de que la amargura volviera a instalarse. La idea de regresar a Gartan le sabía a hierro oxidado en la boca.
Todavía dolía. Quemaba y ardía como una herida supurante.
Podía entender, en su parte más adulta, que sus padres estaban destrozados tras la muerte de Nessa. Pero el adolescente asustado y lleno de culpa que fue... ese no entendía nada. Solo sintió el abandono. Lo arrancaron de su hogar sin mirarlo dos veces. Sin cartas. Sin llamadas. Sin explicaciones.
A veces, no podía evitar pensar que su padre habría preferido que el muerto fuera él, no su adorada Nessa. Rowan apenas soportaba su presencia, incapaz de mirarlo.
Se sentó en el borde de la cama, con una camiseta negra arrugada en las manos. Sus pensamientos viajaron a Liam, al pelaje oscuro como la noche de su lobo. No lo culpaba. Era apenas un niño entonces, atado a su padre y a su Alfa. No podía hacer nada para ayudarlo, ni siquiera escribirle, mucho menos visitarlo.
Ahora, saber que su hermano iba a enlazarse con su otra persona favorita en el mundo... era extraño. No terminaba de asimilarlo. Brianna sería su cuñada…
La dulce Brianna, que había conquistado su corazón adolescente con travesuras, sonrisas y besos torpes, se había convertido en un faro en sus momentos más oscuros. Cuando sentía que no podía más, cada vez que un nuevo especialista se rendía en su tratamiento, alejándolo más del regreso a casa, se aferraba a su recuerdo y pensaba: “solo un poco más”.
La alarma del horno le avisó que la cena estaba lista y la desazón se intensificó. Nadie entendía lo que era vivir como él vivía: sin olores, sin sentidos, desconectado de lo que debería ser su propia naturaleza. El sexo, la comida, los vínculos... todo insípido. Todo incompleto.
Un jodido lobo que no podía oler. Era ridículo. Era como un pez que no sabía nadar. Inservible
Rory estaba particularmente silencioso en esos días. No había pronunciado apenas palabras desde la visita de sus tíos. Seguramente también divagaba entre sus propios recuerdos, y Aidan no podía deshacerse del presentimiento de que esa calma fría era el preludio de la tormenta. Rory odiaba a Rowan incluso más que él. Si para su parte humana había sido difícil el exilio, para el animal fue un calvario.
Un lobo de sangre alfa acostumbrado a correr, cazar, luchar, entrenar… reducido de pronto a una jaula de piel humana permanente, porque en la ciudad eran muy escasas las oportunidades para cambiar y dejarlo estirar sus patas. Un animal atado a una manada lejana, añorando pertenecer, sin encajar en esa selva de concreto. Acomplejado y solitario.
No era una sorpresa que se hubiera vuelto tan huraño y rebelde.
Aidan debía ser cuidadoso con sus propios pensamientos, porque Rory podía esconderle cosas si lo deseaba, pero él no podía ocultar nada de su bestia. Y había un sentimiento de anticipación que le preocupaba. El instinto y la racionalidad no siempre conseguían entenderse, un humano podía decidir negarse al amor, pero el animal no.
Ser consciente de que nunca sería una buena pareja, no significa que Rory no deseara serlo y, seguramente, muy dentro de él, anhelaba que su compañera apareciera y no le importara su condición.
Aidan se rio sin humor, negando con la cabeza. Soñar era inútil. No había cartas ganadoras para él en esta vida.
«Perla». Ronroneó Rory, sorprendiéndolo.
Unos segundos después, escuchó golpes en la puerta. Al abrir, efectivamente había llegado Maisie con una mochila y un montón de bolsas.
—Hola, guapo —saludó la chica con su habitual coquetería.
—¿Qué es todo esto?
—Mi comida. Ayúdame a entrarla.
Aidan la miró con una ceja levantada, pero se apresuró a llevar los paquetes a la cocina, mientras ella se desplomaba como peso muerto en el sofá.
—Solo serán dos semanas… Ya te dije que no puedes hacer fiestas en mi departamento, Mai.
—Yo no tengo una mami que me traiga las cenas listas —se burló ella—. Debo cocinar por mi cuenta.
—¿Dónde te cabe tanta comida? —Aidan llegó junto a ella y finalmente la saludó con un beso en la boca.
—Bueno, tengo un lobo feroz muy fogoso que me hace quemar muchas calorías.
Maisie le rascó detrás de la orejas a Aidan como si fuera un cachorro, haciéndolo reír a él y ronronear a Rory. A su lobo le gustaba mucho esa chica desvergonzada, aunque a veces se enojaba con ella por intoxicarlo. Esta última vez le costó varias noches de pasión conseguir su perdón.
—¿Terminaste de empacar? Necesito que guardes espacio para traerme unas cositas.
Maisie le entregó una hoja que detallaba una extensa lista de plantas, flores, cortezas, raíces, junto con instrucciones sobre cómo protegerlas durante el viaje.
—¿Estás bromeando? No puedo traerte todo esto.
—Vamos, cariño, nunca tendré una oportunidad como esta. La mayoría de esas especies solo sobreviven en esa reserva. La montaña de Gartan es una mina de oro. Por favor…
El canturreo meloso de Maisie lo hizo estremecer; la prefería en su versión mandona. Rory, en cambio, soltó un gruñido de satisfacción, restándole toda autoridad a su negativa. Ese lobo voluntarioso caía redondito ante los mimos.
—No prometo nada. Algunas de estas plantas son fáciles de conseguir, otras no recuerdo haberlas visto…
—Cualquier cosa será ganancia. Haré maravillas con ellas en el laboratorio. Procura traer las raíces intactas, quiero intentar cultivar algunas. Prometo pagarte muy bien —añadió, cargando la frase de insinuación descarada.
—Voy a necesitar un anticipo… porque serán dos largas semanas de abstinencia.
Maisie se trepó en su regazo y comenzó a menear las caderas mientras se quitaba la camisa. La chica no se andaba con rodeos.
—Vas a tener un montón de lobitas suspirando por ti, no será difícil llevarte alguna a la cama.
—Ni pensarlo. Cada chica en ese lugar se guarda para su compañero. Podrían castrarme si me atreviera a tocarlas.
—Qué aburridas… No saben lo que se pierden.
Maisie le dio un mordisco juguetón en el cuello y Aidan supo que era momento de ir a la habitación, antes de que le dejara alguna marca que su tía tacharía de vulgar y provocaría preguntas innecesarias en la aldea.
Partirían al amanecer.
El recorrido sería largo. Demasiado. Primero en auto desde Galway hasta Rahan, lo que la carretera permitiera. Allí tendrían que guardar el auto y tomar un taxi hasta el límite de la reserva natural, donde alguien de la manada los recogería en carreta, como en los viejos tiempos.
Durante dos semanas se privaría de las ventajas de la modernidad: no habría teléfonos, ni televisión, mucho menos internet. Solo naturaleza salvaje, recuerdos dolorosos y Brianna jurando su vida a otro hombre… ¡Fabuloso! Serían horas interminables de tortura en ese infierno.
¡Que la Madre Luna se apiadara de su alma!
Aidan no reconoció a la persona que vino a recogerlos en la carretera. Era un hombre un poco más bajo que él, de piel bronceada y músculos marcados, un rostro bastante atractivo de facciones gruesas y una sonrisa juguetona.Tan pronto como el hombre bajó de su carreta con un brinco casi acrobático, Aidan notó el asombro en su rostro mientras lo recorría de pies a cabeza una y otra vez, como si no se pudiera creer que él estuviera ahí.—Vaya, la ciudad te sentó muy bien, Aidy. ¡Mira cuánto has crecido!—¿Te conozco? —Aidan frunció el ceño, confuso. No encontraba nada familiar en ese chico, y el apodo cariñoso le resultó muy incómodo.—Evidentemente no. Que tristeza, pensé que te alegrarías mucho de verme. Cuando tu padre me dijo que vendrías, pedí ser yo quién te recogiera, aunque este no sea mi trabajo habitual. Quería ser el primero en verte. Alguna vez fuimos los mejores amigos, me rompe el corazón que me hayas olvidado.El joven hizo un gesto dramático tocando su pecho y actuando c
Brianna sentía su corazón estrellándose contra las costillas como si quisiera escapar. Con cada latido, una nueva oleada de nervios subía como una marea imposible de contener. Todo su cuerpo parecía sobrecargado, a punto de estallar.No podía quedarse quieta. Cambiaba el peso de un pie al otro, jugueteaba con los dedos, mordía su labio inferior hasta dejarlo enrojecido. Sus pensamientos iban y venían en una danza frenética, incapaz de ordenarlos por más de unos segundos. Todo en ella vibraba, encendida por una emoción que no sabía contener.Diez años. Diez largos, interminables años esperando este momento.Y ahora que estaba a punto de suceder, su estómago parecía lleno de alas batiendo con furia. La emoción olía dulce y punzante, como miel caliente con un toque de pimienta. Un aroma que le llenaba la nariz y le hacía cosquillas en el alma.Enya, su loba, bufaba, burlándose de su ansiedad. Mucho más calmada, confiada en que pronto llenarían ese pedacito vacío de su corazón.Iban a ver
Los días normales son los más peligrosos. Aquellos donde una tragedia inesperada puede derrumbar en segundos la paz construida con años de esfuerzo. Por eso Aidan odia los días normales. Sabe que la vida puede venirse abajo como un castillo de naipes en cualquier momento.Un estruendo de trastes y voces lo arrancó del sueño como un zarpazo. Aidan abrió los ojos de golpe y la luz le perforó las retinas como agujas ardientes. Cada latido retumbaba en sus sienes, ola tras ola de dolor golpeaban su cráneo desde adentro. Tenía la boca pastosa, amarga, como si hubiera tragado cenizas, y sentía el cuerpo entero pesado y adolorido.Parpadeó varias veces, luchando contra la bruma espesa que le nublaba la mente, hasta que las formas conocidas de su propio desorden lo ayudaron a ubicarse. Al menos esta vez había amanecido en su habitación. No quería moverse, pero entre los sonidos confusos captó la voz de su tía Tara y el corazón le dio un vuelco incómodo. No podía permitir que ella lo viera así
—¡Aidan Gallagher! ¡No te permito que te llames de esa manera!El arrebato de Tara, con su voz quebrada, detuvo la tormenta interior de Aidan. Apreciaba demasiado a sus tíos como para desbordar su furia con ellos. Apretó la mandíbula y los puños, respirando profundo, intentando calmar a Rory también. Luego se acercó a su tía y le dio un abrazo breve, casi mecánico.—Lo siento —murmuró al cabo de unos segundos, con un suspiro resonando como una tregua forzada—. No es mi intención ser irrespetuoso, sé que les debo mucho... me recibieron cuando estaba hecho pedazos y me cuidaron con esmero. En mi corazón, ustedes son mi familia… por eso no pienso volver a Gartan. No hay nada para mí en ese lugar. —No voy a discutir eso contigo, mocoso —Declan tomó aire, forzándose a controlar su tono; a veces olvidaba que su sobrino tenía sangre de alfa y no era nada dócil—. Sin importar cómo veamos las cosas, Rowan sigue siendo tu padre y tu Alfa. Le debes respeto y obediencia. Si él te ordena regresa
Volvió diez años atrás, cuando la tragedia cubrió a toda la aldea con un manto de luto. El aullido de la pérdida flotaba en el aire; en cada rincón se sentía la ausencia, como una herida abierta en el corazón de la manada.Aunque el sol brillara en el cielo, los días eran sombríos para todos, especialmente para Aidan. Un vacío denso como bruma lo envolvía por dentro y por fuera. Le costaba respirar. Le costaba existir. Azotado por el flagelo de la culpa. Por no haber salvado a su hermana. Porque ella se fue… y él se quedó.Una existencia brillante y amorosa se había apagado, mientras que la suya persistía sin merecerlo. Incompleta. Inútil. Fragmentada. Había sobrevivido, y ahora que enfrentaba las consecuencias, no estaba seguro de que valiera la pena.Ese día caminaba sin rumbo cerca del río, distraído, con la mirada perdida en el movimiento perezoso del agua. El canto de los pájaros era lejano, irrelevante. La brisa apenas rozaba su piel, como si el mundo también lo evitara.No notó