El velo que cubría el rostro y la visión de Elina, se esfumó de un instante a otro. Parpadeó para acoplar sus ojos a la luz de aquel lugar, y más que nada, para examinar a quien tenía enfrente.
—Así que dices conocer al legítimo rey, ¿cierto? —habló el hombre que yacía sentado cómodamente, cercano a la puerta por la que había cruzado antes.
—Sí —contestó mientras le quitaban el lazo de las manos.
—¿Cuál es tu nombre?
—Elina, Elina Swan.
—Muy bien Elina, y ¿cómo es que conoces al legítimo rey? —interrogó dudoso de lo que le exponían.
—No lo conozco íntimamente, solo sé que es dueño del Bar al que asisten y que su nombre es Arturo —respondió observándolo, escudriñando en el hombre, sus faccio