Odiaba preocuparme por él.
Gianna.
Me sentía la persona más idiota del planeta, porque no debería preocuparme por Mikhail, pero no soy mala persona y sé que estaba enfermo todavía. Lo veo sentado en el sofá hablando con Alek. Mi hijo sonreía mientras le nombraba a cada uno de sus dinosaurios.
—Cariño, ¿quieres jugar en tu habitación? En un ratito te llevo las galletas que te regaló el tío Thomas.
—Pero mami —hace pucheros y ve a Mikhail—. Vino a buscarme. Quiero ir a la tienda de ropa.
—Cielo, después que mamá hablé con él, iremos a la tienda de ropa —me sonríe y se levanta del suelo.
—¿Es una promesa? —saca su dedito meñique y lo une con el mío, mira a su papá y le dice—: Debes venir. Mamá nos comprará un auto enorme.
—Vale, iremos juntos a comprar un auto en la tienda de ropa —le responde, Alek va hacia él y le da un abrazo—. Nos vemos en un rato, campeón.
Mi hijo se va a la habitación y suspiro, entregando el vaso con agua. Me siento en el sofá de enfrente y espero que se lo tome.