La espera se hizo eterna, cada minuto corría una larga hora donde la vida de Vicenzo estaba más distante de mí, la angustia me hacia ponerme en la peor situación e imaginar que su luz se apagaba como la llama una vela consumándose lenta.
Oraba al cielo y sentia que mi voz no era escuchada todo el ruido a mi alrededor era insoportable. Deseaba correr a esa sala donde estaba rodeado de médicos y enfermeras tomar su mano, hablarle al oído, llamarla suavemente y hacerlo venir hacia mí, hacia Peter.
Hacia el amor.
En esa sala solo estábamos Drago y yo, el sentado con los codos sobre las piernas y sus manos sosteniendo sus rostro. Quizás en lo único que coincidíamos era en que esto debía se una pesadilla.
Loraine le trajo a Drago un café, el tomo el vaso pero dejándolo sobre la silla junto a él, no espera un acto de voluntad hacia mí hasta que los pies de Loraine se posaron frente a mi a un solo paso. Alce la vista con suplica.
—Peter esta bien, ya lo estarán dando de alta, —me levante del