“Sí, no hay nadie que haya logrado tanto como él”.
“Con un hombre de tanto talento en Sol, sin duda su país prosperará”.
¡Clip-clop!
En ese momento, el sonido de caballos galopando llamó la atención de todos.
Desde la distancia, docenas de caballos se acercaban.
El hombre que iba a la cabeza era un joven de unos veinticinco o veintiséis años, vestido con una armadura dorada y una espada larga en la cintura.
Los que lo seguían iban vestidos con armaduras plateadas.
La Reina frunció ligeramente el ceño al ver a los caballeros que se acercaban.
El hombre de la armadura dorada se bajó del caballo delante de la Reina, hizo una leve reverencia y la saludó: “Su Majestad”.
La Reina seguía con el ceño fruncido y el descontento se reflejaba en su rostro. Reprendió al joven: “Kayn, ¿quién te permitió venir a caballo?”.
El hombre de la armadura dorada no se mostró ni arrogante ni humilde al responder en un tono práctico: “Majestad, soy un Caballero Dorado y tengo la libertad de montar