El Fantasma de mi Ex
El Fantasma de mi Ex
Por: Lily Montes
1. Una lección que no olvidarán

Las nubes grises se agolpaban en el cielo, desplazadas por el viento de agosto.  El ritmo en el centro de la ciudad era caótico, y entre el mar de gente, una mujer rubia trataba de correr haciendo repiquetear sus tacones en el asfalto.  Alternaba entre caminar por la acera y por el borde de la calle para avanzar más rápido. 

Samantha miró el reloj en su muñeca, aquella reliquia que le regaló su madre y que solo usaba en eventos especiales. Si seguía andando tan lento llegaría tarde y eso solo significaría amargarse la noche. 

Después de algunos minutos de caminar a lo máximo que le daban sus pies, se arrepintió de haberse puesto esos zapatos endemoniados que no acostumbraba usar. Pero al fin alcanzó a vislumbrar el edificio principal de la universidad autónoma. 

«Ya casi, ya casi» Se decía a sí misma, dándose ánimos mientras ingresaba al edificio buscando el auditorio principal. 

Junto a la entrada del auditorio se mostraba una enorme pancarta que decía: «La importancia de las culturas protohistóricas en la evolución del lenguaje» Y ahí, en el listado de los conferencistas, aparecía Eduardo Franco, su esposo.  La luz de su vida y su más grande dolor de cabeza. 

Decir que Samantha llegó a amar a Eduardo con locura, era quedarse corto. Tal vez cuando se conocieron en la universidad el sentimiento del uno por el otro era así de intenso. A pesar de que sus carreras diferían en asuntos elementales, en el fondo tenían cosas afines.  Eduardo era una estrella en la facultad de ciencias humanas mientras estudiaba antropología y no podía evitar atraer con su luz a Samantha que perseguía la carrera de diseño industrial. 

A pesar de que Samantha no era la más bonita de la universidad, hay que decir que resultaba muy llamativa por su tez clara, su cabello rubio y sus ojos azules que resaltaban entre toda la comunidad latina de la universidad que era la mayoría. A veces para bien, a veces para mal. 

Pero a pesar de todos los problemas, los malentendidos y la oposición de sus suegros. Samantha Stewart y Eduardo Franco, contrajeron nupcias después de graduarse.  Y ahora contaban con tres «maravillosos» años de casados, en los que Samantha vivió su historia de amor de cuento de hadas durante unos largos quince minutos, hasta que Eduardo demostró que su ego era más grande que su amor. 

Samantha había lidiado durante esos tres años con desplantes, decepciones, comentarios malintencionados y mansplaining que habían logrado minar la confianza que solía tener por naturaleza. Pero a pesar de todo seguía amando a Eduardo y había decidido luchar por su relación, al menos una vez más. 

Eduardo le había estado hablando toda la semana sobre su conferencia, la primera que le había asignado la universidad a pesar de que llevaba ya dos años como profesor de historia, y entre una charla y otra le había insinuado que estaría gente muy importante y que profesionales en otras áreas no tendrían cabida.  Sabía que estos poco sutiles comentarios tenían la función de desanimarla a asistir para no avergonzar al conferencista.  Pero Samantha quería ser positiva y se decía a sí misma que tal vez en el fondo era algo de psicología inversa y que Eduardo trataba de darle coraje para acompañarlo en su primera gran oportunidad para lucir su prominente inteligencia.

Observó el auditorio, aún no estaba lleno por completo, pero había mucha gente, la suficiente para poner nervioso a cualquier orador.  Eso le dio ánimos a Samantha, tal vez al fin Eduardo podría valorar su compañía y su apoyo. 

Caminó hacia la zona del backstage, en la entrada logró ver a algunos de los profesores de la universidad que estaban charlando entre ellos. La reconocieron y le permitieron pasar para ver a Eduardo, que se encontraba adentro.  

Samantha emocionada se acercó al salón donde Eduardo estaba con alguien bebiendo café mientras esperaban a que iniciara el evento, Cuando alcanzó a oír la voz de Eduardo, Samantha se detuvo y empezó a caminar de puntillas para darle la sorpresa, pero al acercarse al marco de la puerta la sorprendida fue ella. 

—¡Oye, oye!  Yo gané la apuesta anoche y dijiste que me responderías una pregunta, ¡la que yo quisiera! ¿por qué te niegas a decirme por qué te metiste con Samantha y no con Karina? —preguntaba un hombre de voz chillona y molesta. Eduardo se reía ante la pregunta de su amigo. 

—Pero qué obsesión tienes con eso, Martín.  ¿Es que acaso te gusta Samantha? ¿o que es lo que pasa? — respondió Eduardo con burla en la voz a su amigo de la universidad, quien le ayudo a conseguir su actual empleo.  Samantha decidió quedarse del lado externo del marco de la puerta para que no la vieran. 

—¡No! ¡Cómo se te ocurre! Samantha me parece muy aburrida y en la universidad Karina siempre fue la reina.  Todos besábamos el piso por donde pasaba y tú eras él único que la tenía ahí babeando por ti.  Pero al final te decantaste por Samantha —Eduardo emitía una risita tonta mientras su amigo continuaba explicando —.  Es verdad que tiene ojos claros y que tiene padres británicos, pero ni bonita es. 

—De acuerdo, de acuerdo. Te lo voy a explicar —dijo Eduardo bajando la voz como quien cuenta un secreto—. Samantha era mucho más fácil.

Samantha se estremeció al escucharlo. ¿Cómo así que era más fácil? ¿Fácil en qué sentido? Al parecer Martín tenía la misma duda y le preguntó. 

—¿Como? ¿No te costó llevarla a la cama o qué? —Eduardo volvió a reír y continuó. 

—No se trata de eso, llevar a la cama a Karina fue mucho más fácil, pero Karina estaba en nuestra facultad y era una buena oradora, además de que tenía un coeficiente intelectual solo equiparable al mío. En cambio, Samantha en ese sentido está muy por debajo de mi nivel.  Nunca me ha gustado relacionarme íntimamente con gente de mi mismo nivel intelectual. 

Samanthá se cubrió la boca para ahogar un sollozo mientras las lágrimas brotaban de sus ojos y se deslizaban por su cara. Ella se consideraba una mujer inteligente, tal vez no la más lista del planeta, pero no era tan estúpida ¿o si?  

No pudo seguir escuchando la conversación y comenzó a alejarse mientras recordaba que ella siempre quiso estar a la par junto a Eduardo, siempre quiso que él estuviera orgulloso de ella y ahora entendía que todo su mansplaining y toda su condescendencia era fruto de que la consideraba inferior y que por eso pretendía que ella fuera una sombra tras él. 

El jamás la iba a valorar de la forma en la que ella lo esperaba, de la forma en la que cualquier persona se merece. 

Buscó el baño, se encerró en él y se desahogó de la forma que pudo, llorando en silencio, culpandose de haber sido tan tonta, sin tener idea de qué hacer. Tal vez lo mejor era irse y esperar en casa, tal vez había escuchado mal o lo había entendido mal. Tal vez esto era una pesadilla… 

Después de un tiempo, empezó a darse cuenta de que sus pensamientos la llevaban a justificarlo, si se iba a casa seguro le perdonaría, se quedaría callada y no haría nada más. Pero en realidad estaba cansada de su situación. Cansada de su ego, de su soberbia y de las heridas que le había ido dejando en el alma con los años.  Ya no aguantaba más. 

Decidió ir y enfrentar la situación, ponerle el pecho a la brisa y ver en qué acababa todo. Se enjugó las lágrimas, se acomodó el maquillaje y salió como si no hubiera escuchado nada.

Al salir del baño y acercarse a la entrada del backstage se encontró con Eduardo, luciendo su atractiva piel trigueña en aquel traje gris que ella le había comprado para la ocasión. Sus ojos oscuros estaban enmarcados en un par de cejas gruesas que se fruncían más a medida que se acercaba a ella. Ya había salido del salón, porque en breve el moderador del evento presentaría a los conferencistas. 

—¡Sam! ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Eduardo entre molesto y ansioso.  Samantha respondió con una sonrisa en los labios. 

—Vine a apoyar a mi esposo en una ocasión tan importante. ¡Mírate nada más! Tu primera conferencia.  ¡Estoy muy orgullosa! —dijo Sam haciéndose la tonta, lo que hizo que Eduardo frunciera aún más el ceño y viera a Samantha con aprensión. 

—Te dije que no era necesario que vinieras. Aquí vas a aburrirte escuchando hablar de temas que no entiendes —dijo Eduardo con su acostumbrado tono de menosprecio.  Sam tuvo que disimular la rabia que bullía en su interior. 

—No te preocupes, puedo aguantar unas cuantas horas de aburrimiento por acompañarte —dijo Sam de la forma más dulce que pudo. 

En el momento en el que Eduardo quiso replicar, comenzaron a llamar a los conferencistas al escenario. 

Eduardo tenía las notas de su conferencia en la mano, pero aún no era tiempo, él sería el segundo conferencista y el evento apenas empezaba.  Sin saber qué hacer con los papeles mientras lo llamaban, terminó dándoselos a Sam. 

—Ten esto. —le puso las hojas en las manos como si fueran un tesoro—. Ten cuidado de no mezclarlas, que son las notas de mi conferencia. 

Sam las miró y asintió con la cabeza como si estuviera preocupada por acatar sus órdenes.  

—No te preocupes, las protegeré con mi vida. —afirmó Sam mientras veía a Eduardo refunfuñar alejándose rumbo al escenario. 

Sam comenzó a hojear los documentos mientras a Eduardo le hacían una entrevista. Pudo notar que él había hecho notas al margen escritas con lápiz.  A medida que pasaba las hojas, la cantidad de notas aumentaba.  Empezó a leerlas y se le ocurrió que tal vez un pequeño cambio por ahí podría darle sabor a la conferencia. 

Así que antes de que Eduardo regresara, buscó en su bolso.  Como buena diseñadora, siempre llevaba consigo una libreta, lápiz y borrador.  Tomó el borrador y escogió una palabra que podía cambiar fácilmente. La arregló y en cuanto vió que Eduardo empezaba a descender del escenario, guardó todo. 

Para el momento en que Eduardo regresó, Sam como la dulce y abnegada esposa que era le devolvió los papeles y se quedó quieta y callada en su puesto. Eduardo se desentendió de Sam, mientras regresaba con el idiota de Martín a beber café y a esperar. 

***

El tiempo pasó, al fin Eduardo fue llamado al escenario y su emocionante conferencia empezó.  Era tan fascinante que Sam veía cómo los estudiantes cabeceaban al ritmo de las palabras de Eduardo.  Incluso Sam se veía tentada a caer en los brazos de Morfeo.  Eduardo se haría millonario si hiciera audios para dormir en vez de dictar conferencias. 

Sam reconoció que Eduardo dejó de hablar de protoescritura y empezó a tocar el tema de la escritura clásica.  pronto se acercaría a la pequeña travesura de Sam.  ¿Caería en aquella palabrita? ¿o su enorme coeficiente intelectual lo salvaría?

Sin poder contenerse, Sam se fue acercando al escenario sin subirse a él, esperando a ver qué diría Eduardo. 

«En conclusión, podemos identificar como descendientes de los alfabetos latino y griego, alfabetos tan importantes como el gótico y el cítrico»

Unas cuantas carcajadas de los pocos que aún estaban poniendo atención a la conferencia resonaron por el auditorio, despertando al resto de los asistentes que no entendían que había pasado. 

Eduardo, que venía hablando casi en piloto automático, pues se sabía el tema de pies a cabeza tampoco entendía lo que había dicho. Comenzó a rebuscar en la hoja que estaba viendo, en qué punto iba y con un tímido tartamudeo, retomo la frase. 

«El… el alfabeto gótico y el cítrico…» repitió y ahora aquellos que no habían escuchado el chiste comenzaron a reír a carcajadas. Sam no se imaginó que él caería dos veces en la misma palabra, y se veía tan nervioso porque su mente no procesaba que sus notas estaban mal.  Empezó a patinar en el nombre del gótico y el cítrico y algunos empezaron a burlarse. 

«El alfabeto de las naranjas y los limones» Le gritaban los asistentes del fondo y reían aún más fuerte. 

Al escuchar las burlas, Eduardo empezó a entender que había algo mal en las notas. En ese momento Sam no pudo controlarse y se subió al escenario y por un lado del micrófono se atrevió a intervenir. 

«Al alfabeto al que está tratando de referirse su destacado conferencista debe ser el Cirílico»

***

—¡Cómo te atreves!  ¿Cómo fuiste capaz de ponerme en ridículo en frente de toda la universidad? —gritaba Eduardo fuera de sí, mientras empujaba a Sam en el backstage a la salita del café.

Eduardo cerró la puerta de un solo golpe y se giró para seguir recriminando a Sam. 

—¡Mujer imbécil! ¡Tú no eres nada! ¿Con qué méritos vas a venir tú, una simple diseñadora a corregirme en plena conferencia? ¿Qué te has creído?

—Sam, con lágrimas en los ojos vio como el amor de su vida la trataba como si fuera basura y como le acababa de romper el maltrecho corazón con sus gritos mientras levantaba la mano para golpearla. 

Sam se levantó con toda la rabia y el dolor que rezumaba en su corazón y le respondió:

—Primero que todo: soy tu esposa y tú me debes respeto.  Segundo: a mí nadie, absolutamente nadie me levanta la mano. Y tercero: ¡Quiero el divorcio!

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