Esta historia, cargada de acción, te atrapará desde el inicio. La clonación humana está estrictamente prohibida, o al menos eso pensábamos. Esta es la historia del doctor Julius Hansen, renombrado científico, a quien el grupo religioso llamado «La Segunda Venida» le hace la propuesta de clonar, nada más y nada menos, que a Jesús de Nazaret, utilizando el ADN presente en el sudarium de la Catedral de San Salvador en Oviedo, España. Al principio éste se niega, pero su curiosidad científica y atracción a lo desconocido le hacen aceptar, clandestinamente, el encargo. Pero cuando el niño cumple su primer año de vida, el doctor Hansen decide huir con él para no someterlo a ningún tipo fanatismo religioso, y desaparece por cuatro años. Ahora Joseph, el clon de Jesús, tiene cinco años y el doctor Hansen decide salir de la clandestinidad presionado por una peligrosa secta satánica y un grupo religioso extremo que logran ubicarlos, desatando una despiadada cacería para atraparlos y asesinar al niño clon. Afortunadamente, en su camino conocen al ex marine David Cranston, quien decide protegerlos haciendo uso de sus conocimientos militares y experiencia en la guerra de Afganistán, dejando una estela de muerte a su paso. En este escenario, los detectives Mark Forney y Doris Ventura de la Policía de Nueva York, investigarán el motivo, aún desconocido para todos, de las muertes en la ciudad, mientras una sagaz periodista intenta adelantárseles con la exclusiva de su vida. Entretanto, y sin estar completamente consciente de ello, Joseph desarrollará importantes «habilidades» que solamente alguien como él puede tener, cambiando las vidas de las personas a su alrededor y demostrando que su nacimiento tal vez forme parte de los muchos planes que tiene Dios para este mundo.
Leer másNueva York, a la medianoche.
Como era su costumbre, Thomas Robertson se mantenía despierto mucho más allá de la medianoche, luego de haber encabezado el acostumbrado sacrifico semanal. Sentado de frente a la ventana tras su escritorio, parecía pensativo, y su semblante como siempre era sombrío. Tenía ya alrededor de diez años encabezando a la secta satánica «Hermanos del Averno», y la cantidad de seguidores que había «cosechado» a través de todos esos años ya superaban los mil, sólo en la ciudad de Nueva York. En todos esos años de actividad nunca había sentido mayor preocupación que la de agradar a su «Señor de las Tinieblas», como le decía a Satanás, procurando con sus sacrificios, actividades de iniciación y devoción, ganar sus favores y complacencia. Pero ahora una sombra de preocupación le quitaba el sueño: un científico había logrado clonar a Jesús de Nazaret por encargo de «La Segunda Venida», lo que significaba una amenaza directa para su grupo y la pérdida de su esfuerzo a lo largo de los años. A pesar de ser una creación del hombre, no podía arriesgarse a que aquella persona emule lo que su antecesora hizo hace más de dos mil años, y mucho menos que fortalezca el cristianismo en el mundo, por lo que había decidido hacer lo posible para eliminarla. Estaba absorto en estos pensamientos, cuando sonó su teléfono celular. Al contestar escuchó del otro lado la voz de un hombre joven, tal vez de unos veinte o veinticinco años.
―Hice la llamada como usted me pidió, señor ―le dijo la voz―. Como era de esperarse, se asustó y salió de Inglaterra con el niño con rumbo a los Estados Unidos.
―¿Estás seguro?
―Sí, señor. Nuestro contacto en el aeropuerto de Londres confirmó su paso por la aduana. Vienen para acá para Nueva York.
―Perfecto.
―Señor, ¿puedo hacerle una pregunta?
―Adelante.
―¿Por qué no fuimos a buscarlos a Londres, si ya sabíamos sus nuevas identidades y su ubicación?
―Porque nuestro Señor así nos lo pidió. Quiere que su sacrificio sea hecho aquí en nuestra casa. Solo debemos esperar a que lleguen.
―Está bien, señor. Le mantendré informado.
Thomas cortó la comunicación. Por supuesto que ya sabía que habían salido de Londres, se lo había dicho su Señor unas horas antes y por eso le pidió a su hombre que hiciera esa llamada. Aún no lograba quitarse la impaciencia y la preocupación que sentía.
Algunas horas antes en algún otro lugar de Nueva York, en el improvisado salón donde rendían culto a su Señor, y en medio de la alabanza del día, el líder de Los Bienaventurados, Charles Green, se enteró de algo verdaderamente perturbador, y se lo comunicó a sus seguidores:
―¡Hermanos! ―les gritó, llamando su atención―. Esta noche he recibido la más horrible de las noticias por parte de un miembro de otra hermandad. La arrogancia del hombre ha consumado una vez más el mayor irrespeto a nuestro Señor, a nuestro Dios. ¡El pecador e impuro se ha atrevido a desafiar a nuestro Creador! ¡Ha violado las normas del cristianismo y ha creado una abominación!
Hizo una pausa para ver la expectativa que había creado.
―¡Hermanos! ―siguió, levantando más la voz―. ¡Un hombre practicante de la ciencia y de todo lo contrario a Dios ha creado a un ser que quiere hacer pasar por nuestro Señor Jesucristo! ¿Han visto semejante pecado?
Entre los presentes se escucharon murmullos de desaprobación y lamentos.
―¡Y lo más triste de todo es que lo ha hecho con la ayuda de la hermandad La Segunda Venida! ¡Han profanado el sagrado sudarium y ofendido a nuestro Señor al utilizar su sagrada sangre para cometer esta aberración! ¡Pero no debemos quedarnos de brazos cruzados! ¡Debemos acabar con eso! ¡Ese engendro no es nuestro Dios, no es nuestro Señor Jesucristo, es producto del Diablo que se manifiesta a través de la ciencia y de ese hombre mundano y pecador llamado científico!
―¡Hay que matarlo! ―gritó uno de los presentes, e inmediatamente lo secundaron casi todos en el salón, gritando a una sola voz esa frase. Los Bienaventurados se caracterizaban por su radical postura ante todo lo que atente contra sus creencias y forma de vida. Eran capaces de utilizar la violencia para imponer su visión sobre el cristianismo, torturando en la mayoría de las veces a todo aquel que estuviera en contra de su «verdad» sobre el entendimiento de la Biblia, y hasta alguno que otro sacrificio humano para alertar a los infieles.
Charles Green levantó sus brazos pidiendo silencio, y una vez logrado, sentenció:
―¡Hay que matar a esa abominación! ¡El que logre matarlo tendrá un lugar seguro en el paraíso junto a nuestro Señor, por haber defendido su palabra!
Todos los presentes comenzaron a gritar consignas de muerte, visiblemente emocionados.
―Tengo noticias de que el científico y su abominación pronto llegarán a nuestra ciudad. Tiene apariencia de niño, ¡pero no lo es! ¡Es el Anticristo manifestado a través de ese niño! ―volvió a levantar los brazos para finalizar―. ¡Vayan y búsquenlo! ¡Destrúyanlo! ¡Muerte a la abominación!
―¡Muerte a la abominación! ―gritaron todos, preparándose para salir.
Charles Green se había enterado de todo por medio de un emisario enviado por Thomas Robertson, haciéndose pasar por miembro de otra hermandad cristiana.
Mark y Doris estaban conversando con David y Karen cuando la puerta de la casa de seguridad se abrió, dando paso a Hansen y a Joseph, abalanzándose éste último en los brazos de su madre. Karen le besó repetidamente y le preguntó cómo les había ido con el Presidente.―Es un hombre bueno, pero muy serio ―le dijo Joseph―. No quiere que David esté con nosotros.―¿Y eso por qué? ―preguntó David―. ¿Qué le dijo, doctor?Hansen suspiró desconsolado.―Dijo que a pesar de que estabas actuando en defensa propia, y en la nuestra, debes ser investigado por las muertes de esas personas. Al igual que yo, por lo que hice.―¿Y qué piensa hacer el Presidente? ―preguntó Karen.―Pondrá al FBI a cuidarnos hasta que decida qué hacer con nosotros. Tiene mucha presión por parte del Vaticano e Israel...―¿Pr
Ya no podía ocultarse por más tiempo la existencia de Joseph. Aquel grupo religioso armado frente al Departamento de Policía había puesto sobre la palestra la verdad sobre los acontecimientos de los últimos días, donde muchos testigos de las palabras del doctor Hansen hicieron correr por las redes sociales todo lo que había dicho, y ya prácticamente todo el mundo sabía que un científico había logrado clonar a Jesús de Nazaret, y grupos religiosos y sectas satánicas habían tratado de matar al niño clon, considerándolo una abominación o una amenaza para su existencia y razón de ser. En muchas ciudades del mundo grupos de personas se aglomeraban en sitios públicos, como plazas y avenidas, y hacían vigilias pidiendo por la vida del niño Jesús y que lo presentaran al mundo como su nuevo Señor y salvador para seguirlo. Otros, muy
Darwin Conrad estaba realmente furioso cuando llamó a Darlene a su celular. Le recriminaba fuertemente por el avance que hizo sobre el suceso de la estación de policía, donde planteaba la posibilidad de que estuviera involucrado un clon de Jesús de Nazaret. Sus jefes en la central de la CNN en Atlanta le habían llamado por el «extraño y confuso» reporte de su sede en Nueva York, y preocupados también por la ola de rumores y noticias especulativas que se estaban dando en todas partes del país a raíz de ese reporte. Darwin no acostumbraba a cuestionar a sus reporteros delante de sus jefes, por lo que prometió investigar y ahondar más en el suceso y tener una respuesta concreta de todo antes de que finalice el día, tranquilizándolos al menos por el momento. Ahora tenía al teléfono a su reportera estrella y estaba molesto no tanto por el hecho de que hubiera dicho todo aq
Thomas no veía absolutamente nada. En el fondo de la habitación comenzó a divisar dos puntos rojos que iban apareciendo progresivamente. Se alegró de que su Señor llegara en ese preciso momento, y así se lo dijo, mientras los dos puntos se acercaban lentamente a él.―Es hora de un cambio ―le dijo, su Señor.Thomas no comprendió, y comenzó a sudar copiosamente. Sentía un enorme calor.―No com... comprendo, mi Señor... ¿Cuál cambio?Las luces de la lámpara de emergencia comenzaron a parpadear de nuevo, defectuosas. Thomas pudo ver mejor la sombra negra con dos puntos rojos frente a él. Extrañamente, iba haciéndose menos oscura, como aclarándose, y tomando la forma de lo que parecía era un hombre. De repente Thomas se vio frente a sí: la sombra había adquirido su forma, y comenzó a sentir miedo. El o
David y los demás ya habían entrado a Nueva York seguidos de Mark y Doris. Mark les hizo un cambio de luces y David miró por el retrovisor; Mark le ordenaba que se detuviera. Se detuvieron a un lado de la calle y una vez que se hubo bajado del auto, Mark se les acercó.―No tienen idea de dónde comenzar a buscar, ¿verdad?David y los demás negaron con la cabeza.―Hace algún tiempo hicimos un allanamiento en una casa donde se realizaban rituales satánicos y cosas por el estilo. La casa está clausurada, pero uno de los detenidos vive cerca. Podemos empezar por allí, interrogándolo para ver si nos dice dónde pudieron haber llevado al niño.―¿Y usted cree que ese hombre se los pudo haber llevado a ellos? ―preguntó Karen.―Es lo más probable. Si sus propios intentos fallaron en más de una vez, pudieron recurrir a ese hombre para q
Darlene pasó la noche en vela ordenando la información que tenía sobre los sucesos y buscando algún dato o pista que le pudiera decir lo que estaba pasando. Repasó los nombres de los propietarios de las casas donde habían ocurrido los tiroteos y pensó que no estaría de más buscar algún tipo de información sobre ellos en internet. El primero que ingresó fue, por supuesto, el dueño de la casa del primer suceso: John Moses. Lo primero que apareció con su nombre fue información de Facebook, y luego una nota de prensa. Nada más. Lo demás era información con referencia solamente al nombre de John o al apellido Moses, sin conexión entre ellos. Decidió leer la nota de prensa. En ella se presentaba al mundo un logro obtenido por el Dr. Julius Hansen en materia de clonación de órganos humanos, y el nombre de John Moses sólo salí
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