Después de que Magnolia terminara su trozo de postre y bebiera un poco más de agua, se dio cuenta de que Ricardo no dejaba de mirarla.
Aquellos ojos se clavaron firmemente en ella.
Tampoco dijo algo, y sus rasgos apuestos parecían un poco más definidos a la luz.
No pudo soportar su mirada y dijo: —se hace tarde, señor Vargas, puedes irte.
Dio su orden de expulsión y no le miró.
Ella tampoco mostró su amabilidad, que estaban divorciados, no le importaba nada.
Ricardo se levantó por fin del sofá, a la luz, la sombra un poco alargada.
El espacio, que no era precisamente amplio, se hacía un poco estrecho por su alta estatura, y él tapaba la luz frente a ella.
Su figura se cernía sobre ella, con una expresión profunda.
Magnolia, nerviosa, después de todo, nunca había visto a Ricardo así.
Respiró hondo y se dirigió al vestíbulo para abrir la puerta, sin decir nada aunque le devolviera la mirada.
El hombre la miró de reojo y caminó hacia ella.
Magnolia había querido salir y hacerle sitio, per