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Fue un beso más largo, más apasionado que el anterior. Un beso que hablaba de amor prohibido, de riesgo y de desesperación. Los labios de Nefertari se movieron contra los suyos, entregándose al único consuelo que conocía. Sus manos se aferraron a la túnica de Ahmose Él la estrechó más, como si quisiera protegerla del mundo entero.
Cuando se separaron, Nefertari apoyó su frente en el hombro de Ahmose.
—Promete que tendrás cuidado.
—Lo tendré —dijo Ahmose—. Pero tú también debes tenerlo. Tu actuación en la corte es perfecta. Demasiado perfecta, quizá.
Nefertari levantó la cabeza y lo miró.
—¿Qué quieres decir?
—Rekhmire no es tonto. Él también ve la perfección. Y la perfección a veces levanta sospechas.
Nefertari sintió un escalofrío. Ahmose tenía razón.
—¿Y qué hago? Si cambio mi actitud, Menkat se enfurecerá.
—No te pido que cambies —dijo Ahmose—. Solo que seas cautelosa. El palacio es un nido de víboras, y Rekhmire es la más venenosa de todas. Debo irme. No podemos arriesgarnos.
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