El CEO Necesita un Hijo
El CEO Necesita un Hijo
Por: Tina Monzant
1. El destino.

Owen se encontraba sentado tomando su café sin azúcar y su típico ceño fruncido, dibujado en su perfecto rostro, señal inequívoca para cualquier mortal de que no se atrevan a acercarse a él, ya sabían que si estaba en la cafetería de Clark Comunication, no debían, ni por educación, darle los buenos días. Sus pensamientos eran todo un caos, a sus treinta y cinco años, siendo el CEO de la compañía de marketing más exitosa de California, heredada de su padre, haber vivido la mitad de toda su vida en opulencia, lujos y derroche, cualquiera pensaría que tiene el resto de su vida arreglada y feliz, solo a la espera de vivirla. Sin embargo, justo en este momento era todo lo contrario.

Desde muy temprana edad supo lo que quería, dirigir la compañía, que todos lo respetaran y bajaran la cabeza mientras él pasaba, tal cual lo hacían con su padre, una familia y uno o dos hijos, eso era su meta, pero no sabía que lo único que le faltaría a esa ecuación bien calculada desde sus diecisiete años, sería el pilar fundamental, la piedra angular de toda familia, una madre que gestara a sus vástagos. Sus preferencias sexuales, desde muy joven, fueron claras, no tenía ningún problema en conseguir mujeres que satisficieran sus deseos, con su atlético cuerpo, su rostro perfilado y asimétrico, esos ojos con una tonalidad turquesa herencia de su madre y la barbilla cuadrada con esa hendidura en medio igual a su padre, lo único que necesitaba para hacer caer a cualquiera en sus redes era, tiempo.

Y justo eso era lo que se le acababa, el tiempo. El tumor linfático creciendo en su interior era una bomba de relojería marcando cada segundo sin darle un respiro, recordó la palabras de Mateo su médico y amigo, la semana pasada.

—Necesito que hagas un tiempo en tu apretada agenda para tratarte, a pesar de que el linfoma Hodgkin no es un cáncer agresivo y que se tenga la tasa de mortalidad más baja, debes pasar por el proceso de quimioterapia lo más pronto posible.

La sola idea de saber que en su cuerpo crece y se esparce por segundos el cáncer, lo mantenían estresado, además, de la presión añadida por parte de Roy, su único y más cercano amigo, no lo ayudaba en nada.

Su preocupación más inmediata era el hecho de que sí recibía el tratamiento podía quedar estéril y su sueño de los hijos y familia se esfumarían. Tenía que buscar una solución lo más pronto posible.

—¿Desea algo más señor...? —una voz dulce y casi angelical irrumpe en sus pensamientos difusos y alocados.

En la cafetería se hizo un silencio sepulcral.

Owen, regresó de sus divagaciones para enfocarse en la persona que se atrevió a interrumpir su tren descarrilado, la sonrisa cálida y simpática de la rubia hacía que sus ojos se convirtieran en dos líneas que le impedían ver el color de sus iris, la chica, para él, no superaba los veinticinco años y llevaba el uniforme de la cafetería, que su cuerpo curvilíneo y bien formado forraba a la perfección. Al parecer era nueva, ya que no sabía su regla de no molestarlo cuando él estuviese allí.

—Sí —respondió Owen, luego de que un foco se prendiera en su cabeza—, pero imagino que preguntas por algo de la cafetería… Gisselle. —recalcó su nombre viéndolo en el distintivo pegado en su pecho.

La joven se quedó atónita, sin comprender muy bien las palabras que escuchaba, nadie le advirtió del trato hacia él y para ella, era una persona más a la cual atender, muy atractivo y con una mirada triste, según ella, que de igual forma ella necesitaba servirle.

—S-Sí, claro, p-puedo ofrecerle más café o algún pastel, se nota que necesita un toque dulce en su vida.

Owen, al fin, pudo ver ese azul cielo en los ojos de la chica, y definitivamente sí, necesitaba algo dulce en su vida, quizás ella pudiera ser la clave. Sacó de su chaqueta una tarjeta y ante la vista de todos, se la extendió al momento de levantarse.

—Gisselle, estoy seguro de que tienes razón, pero ya debo irme, escríbeme al finalizar tu día, tengo una propuesta para ti.

Sin más que agregar Owen dio media vuelta y se fue sin mediar una sola palabras con nadie más, poco a poco la cafetería volvió a su bullicio normal.

Gisselle miró la tarjeta sorprendida al ver que decía “Owen Clark, CEO”. ¡¡El mismísimo dueño de la empresa!!, si bien ella sabía que no debía interrumpir al dueño si se presentaba en la cafetería, a decir verdad, no conocía su rostro, por lo que incurrió en el error de acercarse a su mesa creyendo que sería uno más de la inmensa empresa. Ella solo llevaba dos días trabajando allí y tenía la seguridad de que la echarían al finalizar el día.

“Las desgracias no vienen solas”, las palabras de su padre resonaron fuerte y claro en la cabeza de Gisselle, y una opresión en el pecho casi le impidió seguir con las labores, hacia el final de la tarde, sus manos le sudaban de forma incontrolable y el dolor de cabeza no la dejaba abrir los ojos, tenía miedo, miedo de quedarse si trabajo y no poder pagar la deuda universitaria, y las otras deudas que la atormentaban día a día. El sueldo aquí era bueno y le permitiría, junto con la pensión de su difunto padre, pagar por lo menos a la universidad en un mediano plazo. Con todo y eso al checar su salida, sacó su celular y temblando como hoja marcó el número en la tarjeta.

—Hola, ¿quién habla…? —La voz gruesa y rasposa de Owen retumbó en su oído y llegó como un rayo directo a su zona V, lo que la tomó por sorpresa, impidiéndole hablar al instante—, Bueno, ¿quién carajos habla…?

—So-Soy Gisselle, ¿la-la chica de la cafetería…? —Por fin respondió y se palmeó la frente por lo estúpida que sonó.

—Oh, sí Gisselle, qué bueno que llamaste, estaba a punto de bajar por ti, sube a mi oficina aquí estaremos cómodos y podemos hablar en privado. —Sin esperar una respuesta de su parte Owen cuelga.

Una Gisselle confundida y anonadada sale del área de los casilleros, donde se estaba cambiando, hacia el ascensor, guiándose por puro instinto y algún que otro cartel que demarcaba cómo llegar a la presidencia.

A esa hora de la tarde casi noche, el personal era mínimo; por lo tanto, nadie se percató de la chica para impedirle ingresar, incluso las secretarias fuera del despacho ya se encontraban rumbo a sus casas. Tímida, como era, tocó a la gran puerta marrón en un sonido casi inaudible.

—Pasa… —el tono firme y amortiguado de Owen se dejó escuchar, con un suspiro hondo que ni por asomo le llegó a los pulmones, y aferrada a la correa cruzada en su pecho, pasó.

Gisselle se veía sorprendida, al ingresar nota que el estilo y la decoración van por completo con la figura y el poder que irradiaría un presidente, sin saber qué hacer, se quedó en medio de la oficina, obnubilada con los dos portentos de hombres que tenía en frente, ya que, de pie y al lado de Owen se encuentra Roy con una expresión risueña y afable.

En automático Gisselle hizo sus comparaciones de manera mental, donde Owen de cabello negro azabache, bien peinado y un poco largo, se ve duro, firme una persona con la que no se debe jugar, el otro rubio con el cabello en un estilosalvaje y corto, tiene una aire juguetón y alegre.

—Owen, ¡es perfecta! —Roy aplaudió luego de su declaración emocionado.

—¿Verdad…? —le respondió el otro y con cara de satisfacción le comenta—. Te lo dije.

La mujer barrió su mirada del uno al otro, como del día a la noche, sin saber qué decir o qué hacer. Entonces el CEO se levantó de su silla y se acerca a ella para hacerla sentar frente a su escritorio.

—Disculpa la efusividad de Roy, él no puede evitar demostrar sus emociones. Primero que nada, déjame presentarlos, Gisselle, él es Roy Andersen, mi amigo, Roy, ella se llama Gisselle. Y si acepta la proposición que le tengo, será la madre de mi hijo.

La mujer se quedó aún más perpleja al ver como esos dos hombre atractivos la llamaron a esta enorme oficina para proponerle tal cosa.

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