Capítulo ochenta y cuatro
—Te permito que me golpees como a ti te de la gana, pero no te permito que me insultes más, vuelve a decirmelo otra vez y te juro que quedarás peor—sus mejillas se vuelven rojas y sus cejas se juntan.
—¿Qué harás mujerzu... —siento como mi cuerpo es derribado y ella se coloca encima de mí.
Sus pechos se endurecen y su cuerpo se amolda a mí, mi amigo empieza a despertar y si no fuera por esa asquerosa medicina que tomo todos los días para quitarme lo caliente ya la estaría follando.
Toma mi cara con una de sus manos y siento como toda mi energía fluye a ese punto haciendo que me de un tremendo dolor de cabeza—¿Así o más fuerte?—sonríe irónica.
Doy un gruñido y ella se detiene—Esper