Capítulo setenta
Suspiro resignada—Que difícil es esto —me levanto y tomo el reloj en mis manos.
Geneva
Cuanta gente no quiere algo asi de bonito y yo solo quiero desaparecerlo de mi vista. Me lo coloco y me observo de pies a cabeza en el gran espejo.
Estoy gritando por los poros: soy una niña fresa, mírenme.
Niego sonriente y camino fuera de la habitación, una de las mucamas me saluda al sentir mi presencia —Buenos días, Luna— levanto la cabeza y un intenso calor se posiciona en mis mejillas —¿Cómo está?—su voz baja y sus ojos sorprendidos me miran de arriba a abajo.
—Bien, gracias por preguntar.
La otra sale de la habitación de al lado y al verme detiene su boca —Luna, hoy está muy hermosa.&n