La atmósfera era pesada, la tensión se podía cortar una espada, habían jadeos descontrolados por casi todos, la mayoría por asombro, otros por temor y otros simplemente estaban fingiendo.
Los sirvientes que habían traído la comida, fueron llamados y se encontraban postrados rogando por sus vidas, la muerte era inminente, la sangre correría porque alguien tenía que pagar el precio, fuera inocente o no.
En sus asientos Joon y Sa Hi yacían imperterritos, como si de una nimiedad se tratara, y no de una traición que ponía en peligro no solo la vida del príncipe, sino también la de muchos inocentes, posiciones de altos funcionarios y el honor de nobles familias.
El rey los interrogó personalmente; los pobres títeres de él destino negaban constantemente tener algún tipo de informaci&oac