Lenis se había quedado paralizada. Había dejado caer la tablet sobre la mesa.
Un extraño pitido sonaba desde algún lugar, ella no sabía de dónde, pero si se concentraba, tal vez se diera cuenta que venía desde lo más profundo de su cabeza. Quizás, desde los recuerdos frescos que navegaban dentro de sí. O de repente, el odioso sonido nacía desde esas memorias que había intentado poner en pausa y (pensaba ella) aún permanecían congeladas.
—¿Lenis?
La asistente de Maximiliano Bastidas parecía no respirar. Tan solo fue escuchar aquel cargo político, aquel nombre, y todo comenzó a atropellarse.
—Lenis...
La señorita Evans simplemente no podía funcionar. Ella conocía muy bien a ese hombre.
—¡Lenis!
«Tu madre se fue con él…»
«Quédate quieta… De aquí sales muerta.»
—Lenis, reacciona.
«Él fue exiliado, no tienes salida.»
«Quédate quieta… ¡Quédate quieta! ¡QUÉDATE QUIETA!»
—Lenis, por favor, por Di