Un divorcio doloroso.

Ignacia.

«Fue un sueño, nada más que eso» pensé desilusionada porque ya ha pasado mucho y quiero volver a su lado, lo extraño, pero no hago más que soñarlo y duele despertar sabiendo que todo es producto de mi deseo por volver a su lado.

—Buenos días, mi cielito precioso de mamá— digo dejando besos sobre sus mejillas buchonas que hacen ver tierna a mi princesa.

—Fuchi mami, — exclama y pone carita de asco— deberías lavar tus dientes antes de darme besos, te amo mamita, pero el amor tiene límites, — me encanta como pone su carita para reprenderme por besarla y se fue hacia el baño dejándome en la cama.

—¿Camil a mamá le huele feo la boca? — le pregunto en medio de mi risa.

—No mamita— responde desde el baño, — pero antes de los saludos nos lavamos los dientes y es mejor—, volví a carcajearme más fuerte.

Camil e Iván son lo único que me mantienen firme para poder continuar.

Dicen que las personas que obran mal terminan pagando, al final de todo y eso es lo que estoy haciendo yo pagando por no haber sido buena hermana, me dieron una cucharada de mi propio chocolate.  Sí que fui buena hija, buena madre y aunque lo dudo, pero no lo descarto pienso que fui buena esposa.

Ahora me encuentro acostumbrándome a vivir lo que me ha tocado, y aunque ya tengo dos meses viviendo de manera distinta a la vida que estaba acomodada, aún me cuesta tomarle el ritmo. 

—Mamá sabe feo este nopal— así me anima cada día mi hombrecito de 11 años. Estoy aprendiendo a cocinar sin crear un incendio, como la primera vez que si no es por mi padre estaría todo reducido a cenizas o sin terminar con los dedos quemados, pero mi hijo no ayuda cada vez que me dice que me ha quedado pésimo lo que hice.

—Te amo por ser tan sincero— dije quitándome el delantal y bajé la cabeza cuando lo vi jugar con el desayuno que me ha costado una hora para hacerlo, pero como lo puedo forzar a comerlo si hasta yo estoy consciente de que está muy malo.

—No, estés triste, mamita que no está tan feo, Iván siempre es exagerado—, reí cuando mi princesa de apenas 8 años me animó como siempre, comiendo sin rechistar su desayuno y me acerqué a ella para dejar un beso en su frente, al mismo tiempo que retiraba el plato, reemplazándolo por cereal con leche.

—Sé que te encantan mis creaciones, pero mejor comemos cereal— le guiñé un ojo a mi princesa, quien sonrió iluminándome la vida y provocando con su hermosa sonrisa que mi cansancio se esfumara.

A medida que desayunaban yo no dejaba de mirar el reloj, era exageradamente tarde para la cita que tenía, pero más tarde llegaría de nuevo al trabajo, arriesgándome a ser despedida.

A dos cuadras de la casa está la escuela pública a la que suelo llevar a mis hijos desde que su padre decidió sacarnos de su vida, como si fuéramos nada, y hoy, después de dos largos meses sin saber de él, lo veré, pero para darle el divorcio.

«No quiero destruir el hogar que me costó mucho llanto crear» 

—Odio esta escuela— refunfuñó Ivan como siempre, puesto que no se adapta a qué ahora, esto es lo único que le puedo ofrecer. — Quiero vivir con mi papá, no me gusta estar contigo— me miró con reproche como si yo tuviera la culpa de no poder darle la vida a la que ellos estaban acostumbrados.

—Ivan deja de molestar a nuestra mamá, ella está triste— le recriminó mi pequeña Camil.

—Ella es la culpable de que mi padre ya no nos quiera— manifestó Ivan antes de entrar a la escuela sin despedirse de mí.

—No le hagas caso mami, Ivan es un amargado. — Ella cubrió sus labios para reír y me agaché a su lado dándole un beso para despedirme.

—El abuelito vendrá por ustedes, así que se comportan juiciosos.

—Qué chido, ya extrañaba un montón al abuelo— me dijo mostrando la hermosa sonrisa que me encanta y se fue.

Después de unos largos minutos de mi viaje en bus, al fin llegué al bufete de abogado del que fui solicitada para que firmara el divorcio sin necesidad de acudir a un estrado delante de un juez.

Cuando entré al recinto, vi a una mujer pelinegra que me miró como si me conociera, estaba en un área de espera y pasé por alto su mirada, siguiendo a la recepcionista que me estaba guiando.

—Buenos días— musité con mirada gacha, puesto que no quiero ver la cara de Sebastián y que se burle de mí por el aspecto que tengo ahora.

—Buenos días, señora— dijo solamente el abogado que él ha contratado como mediador.

Para mi mala suerte me tocó sentarme frente a él y no pude evitar verle, y percibir cómo su mirada desdeñosa me recorría haciendo pequeñas, aunque perceptibles muecas de asco.

—Veo que a la princesa caprichosa no le ha ido bien— manifestó con tono burlón.

—Es bueno, verte bien Sebastián— ignoré su burla.

—Señora Ignacia de Montero, como sabrá, hoy la hemos citado para que lleguemos a un acuerdo de divorcio rápido y factible para ambos, sin necesidad de perder tiempo poniendo demandas ni necesitar la presencia de un juez— hablaba el abogado a medida que acercaba una carpeta hacia mí.

—No quiero divorciarme. Amo a mi esposo y como abogado mediador debería usted tratar de primero preguntar si hay la posibilidad de que nuestro matrimonio no termine así de simple— le recrimine al hombre que me miro con ambas cejas alzadas.

—Ignacia, no me hagas perder tiempo y firma, sabes que no te quiero, es más, nunca te quise—, intervino mi esposo y me dolió claro que lo sabía, pero duele aceptarlo y mi orgullo de mujer está destrozado.

—Dices que nunca me quisiste, ¿por qué me has hecho dos niños?, y recuerdo que nunca te obligue en el lecho, siempre eras tú el que venía a mí— le reclamé, pero sin permitirme llorar, aunque los ojos me arden como si el fuego los estuviera calcinando.

—¡¿A quién no le ofrecen pan que no coma?!, el que no te haya amado, no era impedimento para   ver que eras una mujer sumamente guapa, pero ya me serví de ti, ahora no eres nada. Tu familia no es nada y sobre todo tu padre que me obligó a cargar contigo cuando te embarazaste de mí por puro capricho. Sin embargo, ya el altanero hacendado no puede contra mía, por qué ahora no es más que un simple empleado de una mugre hacienda y tú dejaste de ser la princesa caprichosa, no eres ni sombra de lo que eras. — Se nota lo mucho que le duele que lo haya obligado a contraer matrimonio conmigo, pero en ese tiempo era muy ilusa, pensé que si quería algo solo debía tenerlo y punto y él fue víctima de mis caprichos.

—Tenemos dos hijos, Sebastián, al menos piensa en ellos— le dije desesperada porque realmente no quiero divorciarme y que mi hijo continúe aborreciéndome hasta el punto de no retorno al odio al considerarme culpable.

—Por pensar en ellos es que voy a pedir luego de esto la custodia, no tienes como mantenerlos, eres una camarera de un comedor de mercado; saliste más patética de lo que alguna vez creí y eso que le hablabas a los empleados como si ellos fueran las peores escorias y resultaste bien ridícula. —Con sus duras palabras le echaba sal a mi herida, se dice que no escupa para arriba, que la saliva puede que te caiga en los ojos, y me arrepiento de haber sido como fui, no solo con los empleados, si no hasta con mis hermanas a las cuales extraño muchísimo.

—No me puedes quitar a mis hijos, sabes que sin ellos me moriré.

—Y a mí eso que me importa—, aclaró los ojos riendo de mí y cada una de sus duras palabras se iban incrustando en mi alma como dagas filosas.

—Ya firma, Ignacia, y deja de hacerme perder el tiempo que yo nunca estaré contigo, aunque me paguen todo el oro del mundo. — Otra rayita más para el tigre, y solo me queda apretar los puños y aguantarme por qué la estoy pagando y con creces.

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