Después de hablar con su abogado, se levantó para llamar a la puerta de la habitación contigua.
–¡Sophie! –la llamó.
No hubo respuesta, volvió a llamar antes de empujar la puerta. Por el salón estaban esparcidas su camisa, las bragas de ella. . .
La puerta del baño se abrió y Sophie salió del baño poniéndose un albornoz.
–Oh, vienes ¿Es hora del siguiente asalto? –le preguntó, irónica.
–No he venido para discutir. Quiero que te vistas y hagas la maleta.
–No te preocupes, Dante. Me marcho.
–¿De verdad crees que te he despertado para echarte de aquí? Tenemos que irnos ahora, juntos. Voy a llevarte a la casa de campo, donde podré controlar mejor la situación y podamos hablar . . .
–¿Qué situación?. No, no quiero que compliques mi vida.
Parecía tan sereno . . .
–Dante, no puedo viajar, tengo mi vida ya encaminada, además no puedo viajar mis náuseas y mareos . . .
–No importa, iremos en mi coche.
–Tengo que trabajar mañana –protestó ella.
–A pesar de lo que dije anoche,