Sergey Ivanov preguntaba al senador. Estaba alardeando mucho, y le tenían que bajar esos aires.
— Soy un hombre excepcional, ¿Qué te puedo decir? ¿O me vas a decir Sergey, que tú no te consideras de la misma forma?
El senador fijó su mirada en el CEO ruso.
— Soy un hombre de mucho valor, impresionante y maravilloso, un dios viviente para mi esposa, pero no lo ando presumiendo.
— Deberías intentarlo, trabaja más en tu seguridad hasta que lo consigas.
— Seguridad es mi segundo nombre, es solo que prefiero ser un hombre que hace, y que no solo dice que hace.
La conversación era digna de dos poderosos magnates con mucho orgullo y seguros de si mismos, hombres que tenían el mundo a sus pies.
— Vamos, vamos, cada uno de ustedes es un dios para su esposa, tienen la suerte de tener a sus mujeres muy enamoradas. Sigan así y podrán tener un matrimonio feliz hasta el final de los tiempos. — Isabella calmó las aguas y continuaron comiendo el postre.
Más tarde los invitados s