Cecilia estaba aguantando el dolor, si no le hubiera dolido tanto, lo habría matado.
Ella pensaba: Bosco, ¿soy tan distinta de una mujer?
Le molestó a la emfermera, porque el turno de noche ya fue bastante molesto para ella, y ahora vino un compañero irrazonable de paciente, incluso ella no lo conoció, y él le había cuestionado el trabajo, por eso estaba descontenta y dijo: —Sin presionar, ¿cómo se sabe si le duele el estómago o la barriga, o si le duele el apéndice o el la vesícula biliar?
Bosco se quedó silencio con lo que dijo.
La enfermera el pasó una ficha con un número y dijo: —A la siete, siguiente.
Al ver que Bosco había sufrido, Cecilia se sentía un poco alegre. Se levantó, iba a acercarse allá sola, pero el hombre al lado ya se había agachado y la levantó entera: —¿Estás contenta?
Cecilia no quería hacer caso a esta mala pregunta, torció la cabeza y dijo: —No.
—Entonces esconde tu risa —pausó unos segundos y dijo—, muy fea.
Cecilia le miró con rabia, dijo: —Yo tengo la sonris