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Bañarse en la playa de noche era una aventura, pensó David. El viento levantaba más alto las olas, así que tuvieron cuidado de no adentrarse demasiado y sólo juguetear en la espuma del mar. Así corrían el uno detrás del otro, se echaban agua, se abrazaban y besaban, se sumergían y volvían a jugar.

Pasado el rato, se tiraron en una de las tumbonas, Marissa entre las piernas de David, abrazados y cansados por toda la actividad del día. El cielo estaba estrellado, y cuando gracias a la brisa del mar ella empezó a temblar, David echó sobre ambos una toalla y allí se quedaron.

—Ha sido el día más feliz de mi vida en mucho rato –susurró ella, y David sonrió sin agregar nada. Realmente, estaba meditando en el trayecto de aquí al interior de la casa; le daba mucha pereza tener que levantarse y volver. ¿Qué tan malo era d

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