Y los hombres desesperados eran peligrosos. Había que actuar antes, tener pruebas y que Aníbal nos llevara directo a sus enemigos.
— Por aquí... —le decía yo. Había un pequeño rastro de sangre. Él se agachaba y la olía.
— Me dijiste que no estabas en buenas condiciones, sé que tu salud está mejora