Mientras Raquel esperaba en el vehículo nupcial, su anillo de compromiso la tenía fascinada. La delicada gema rosa brillaba con intensidad. Cada destello de luz, como una pequeña estrella, bailaba a través de sus superficies perfectamente talladas, creando un espectáculo de resplandor hipnotizante.
—La saturación es muy bonita —comentó Renata. Ella acompañaría a Raquel durante todo el trayecto desde el Hotel Marriot hasta la Capilla Luz Eterna de Puerto Claro.
Raquel le sonrió a su madre, quien conocía bien la calidad de las gemas.
—Sí, y el corte es hermoso. Era el anillo de la madre de Adrián, su papá nos lo dio anoche.
—Supongo que eso es una buena señal —señaló Renata.
—Lo es —asintió Raquel—. Adrián y su padre no habían hablado sinceramente en años. Lo de anoche fue hizo gran diferencia. No sé qué cambió, pero me alegro por Adrián.
—También me alegro por los dos—agregó Renata—. Espero que mis preocupaciones sobre su familia política no sean un problema mayor.
La puerta del vehícu