—¡Sorpresa! —exclamó Adrián después de descubrir los ojos de Raquel.
Los ojos de Raquel se abrieron con incredulidad, y su mandíbula cayó. Frente a ella se encontraba un piso de oficina completo. El espacio era un hervidero de actividad, con personas entrando y saliendo, instalando mesas y organizando teléfonos. Los cubículos estaban en filas ordenadas, las oficinas cerradas ya eran utilizables, y el logotipo de la empresa adornaba las paredes recién pintadas.
Abrumada por la alegría, Raquel exclamó. —¡Dios mío! ¡Esto es real!
Sus ojos brillaron con lágrimas de felicidad, su corazón latía con la comprensión de que sus sueños todavía eran alcanzables. Alegremente se volvió hacia Adrián, quién se encontraba de pie, apoyándose en una pared. Raquel le echó los brazos al cuello y besó sus labios.
—Muchas gracias, amor —dijo ella con una voz llena de gratitud—. La oficina es hermosa.
Adrián sonrió, rodeó su cintura con los brazos y la besó dos veces, luego respondió. —Me alegra que te guste,