Ella, con los ojos enrojecidos, escuchaba mis últimas palabras, las lágrimas brotando de sus ojos. Cuando hablaba, se veía especialmente furiosa, como una leona protegiendo a sus cachorros.
—Todos piensan en ti, ¿y tú? ¿Has pensado en ti misma alguna vez?
Lloraba desconsoladamente, sin rastro de la delicadeza y belleza de antes. Quería limpiar las lágrimas de sus mejillas y decirle que no llorara. Solo estaba cansada, solo iba a otro mundo.
Pero ella seguía llorando, llorando por mí y compartiendo mi dolor. Sin embargo, no podía consolarla. Porque estaba cansada.
9.
Cerré los ojos. Pensé que al volver a abrirlos estaría en el cielo. Pero, tras mi muerte, continué vagando por este mundo en forma de espíritu. Observé a Irene, que se lanzaba sobre mi cuerpo, gritando desgarradoramente:
—Catalina, ¡mujer sin corazón! ¡No puedes morir! ¡Mi bebé te está esperando para que lo abraces!
Vi cómo el monitor cardíaco pasaba de sus ondas a una línea recta, y, a pesar de todo, sentí un alivio.
El tr