Tres meses. Habían pasado exactamente tres meses desde que Aurora se fue.
Todavía no podía asimilar su ausencia. La casa ya no parecía la misma, toda la alegría se había ido. Lo único que me daba algo de felicidad era Noah, que empezaba a gatear por el suelo y decía «papá».
Cada vez que me veía, me llamaba, lo que hacía que mi corazón se calmara. No sé qué sería de mí sin mi hijo, estaré eternamente agradecido a Aurora por haberme hecho ver que él era el ser más puro e inocente de toda esta historia. Había puesto todas sus cosas en mi habitación, allí dormía ahora. El cuarto de Aurora permanecía cerrado, no dejé que nadie entrase. A veces iba allí y me acostaba en la cama, que aún tenía su aroma; era una forma de calmar esta saudade que me tortura más que todo.
Ahora estoy aquí en la oficina, mirando el celular y viendo la foto que le tomé en la playa.
— Tan hermosa.
Ya no respondió más a mis mensajes, y su celular siempre daba apagado. Sea lo que sea que haya pasado, toda esta histor