Ya hacía un tiempo que sentía un dolor en la punta del vientre, pero no quería decirle nada a nadie. Me sentía hinchada, como si en cualquier momento fuera a explotar. Había llegado al séptimo mes de embarazo y rogaba para que esos niños se quedaran más tiempo dentro de mí, para que nacieran sanos y no necesitaran ninguna intervención.
Hoy trabajé más temprano, mi horario de entrada ahora era a las siete y media, pero llegué a las siete, arreglé la cocina y me quedé sentada. El dolor iba y venía, y rogaba para que no fuera una contracción, porque aún no estaba preparada. En realidad, no sé si alguna vez lo estaría. Me moría de miedo del parto y me sentía frustrada al saber que enfrentaría todo esto sola.
Ya había decidido que, después de que los niños nacieran, llamaría a Denise, aunque me moría de vergüenza. Le pediría que hablara con Oliver sin que Liana pudiera escuchar, que yo necesitaba verlo y hablar con él personalmente. Entonces él vendría, y les presentaría a los niños. Sé qu