Capítulo 6

Regina 

     Estuve a punto de reír en su cara, ¿Cómo se atreve a pedirme algo así? ¡A mí! Por Dios, está loca la tipa. No sabía por dónde comenzar, solté un suspiro dramático para que entendiera sutilmente que es una estupidez lo que me estaba pidiendo, claramente ella sabía mi pasado con Liam, ¿Y aun así me pide que sea su dama de honor? pareciera que estuviese en la dimensión desconocida.

—No. —dije sin más, ella arqueó una ceja. —Y vuelvo a decir no, gracias. No necesariamente tienes que tener damas de honor…

Ella no mostró ningún gesto.

— ¿Y si te lo pide Liam? — ¿En serio?

—Doble NO. —ella se levantó de la silla y levantó su barbilla.

—Bien. —esquivó la silla y caminó a la salida decidida en mostrar su enojo, vaya, que confianza de la mujer, salió de la oficina, sin decir nada más. Mi corazón dejó de latir apresuradamente, me había molestado su pedido, molestado demasiado. Decidí marcharme al departamento, me levanté para ir sobre mi bolso, escuché cuando tocaron la puerta, me imaginé que sería de nuevo la prometida de Liam, pero para mi sorpresa es Adolfo Villanueva.

—Adolfo, ¿Qué haces aquí tan tarde? —él sonrió.

—Quería verte, me encontré a tu padre al salir y me dijo que estabas aquí, pero vi que una mujer entró antes y esperé en la sala—miró hacia la sala de espera, luego regresó su mirada hacia a mí—…y acabo de ver a la mujer salir… ¿Está todo bien? Iba maldiciendo algo entre dientes.

—Sí todo bien, es solo algo tonto…—Adolfo me miró detenidamente.

—Puedes contarme si quieres—dijo curioso, ¿Pero para qué contarle? —No te debatas. —me pilló pensando, Adolfo estaba de pie bajo el marco de la puerta de la entrada de mi oficina, alcancé mi bolso y caminé hacia a él.

—No es nada. Por cierto, ¿A qué se debe tu visita? —pregunté intrigada, nos miramos en silencio por un momento.

—Quería invitarte a cenar, ¿Qué dices?

—Estoy cansada y quisiera ir a descansar, pero, ¿Por qué no cenamos mañana? Podré terminar antes mis pendientes, alcanzaría a cambiarme por algo menos de ropa ejecutiva y…

—Te ves hermosa así. —sonreí.

—Gracias, pero debes de saber de ya que no me gusta que me alaben ni me estén diciendo cosas cursis solo para impresionar.

Adolfo comenzó a reír, me di cuenta que era una risa sincera, sonreí por un breve momento.

—Bien vayamos a cenar ahorita. —él sonrió.

—Bien, me he salido con la mía, de haber sabido que mi risa sería la respuesta positiva a mi invitación…

Negué.

—Anda, cenemos.

Comida italiana.

Pasta.

Vino.

Pan de ajo.

Una plática no de trabajo.

Compañía masculina muy agradable.

—Quién iba a imaginar que tendríamos tanto en común. —Dije sincera, Adolfo Villanueva, nuestra competencia, parecía que era un buen hombre, pero negué, quería dejar de pensar que podría haber alguien más para mí, quizás y realmente seamos el destino de alguien más.

—Siempre lo supe, pero Liam…—detuvo sus palabras al ver que mi sonrisa se desvaneció. —Lo siento, no era mi intención nombrarlo.

—Está bien. —dije, luego di un largo sorbo a mi copa de vino.

— ¿Entonces? ¿Quieres ir al partido el viernes? —solté un suspiro.

—No soy de deportes…—él sonrió.

—Puedo enseñarte, si quieres, claro. Sería una experiencia nueva, saldrías de tu rutina diaria…

Arrugué mi ceño. No sé por qué me alertó algo en mi interior. ¿Cómo sabía que tenía una rutina? Como diría mi madre, “Regina, piensa mal y acertarás” aclaré mi garganta y lo miré entrecerrando mis ojos.

— ¿Rutina diaria? No tengo una rutina…

—Todas la tenemos, Regina. —arrugué mi ceño.

—Yo no. —mentí, pero en su rostro miré algo que no me gustó, es como si me dijera “Mentirosa”.

—Bien, no la tienes. —sonó sarcástico.

—Buenas noches—escuchamos a nuestro lado, alzamos nuestras miradas y nos encontramos con Liam y su prometida.

“¿Qué de tantos restaurantes en la ciudad no podían haber ido a otro?” me pregunté en silencio.

—Buenas noches—dijimos Rodolfo y yo al mismo tiempo.

— ¿Es tu novio? —preguntó Rachel, miré detrás de ella a Liam, pareció molesto, tenía del codo a su prometida, como que cortando la visita a nuestra mesa.

—No. Solo somos dos amigos—le dije a Rachel intentando no mostrarme irritada.

—Rachel, demos privacidad—dijo Liam.

—Lo sé, espera, —Rachel miró a Adolfo. —Deberías de convencer a Regina de que sea mi dama de honor…—se sonrieron.

—Rachel—advirtió Liam al verme molesta.

—Oh, lo siento, nos vamos. Provecho—Rachel agitó su mano en mi dirección, no me tragaba a esa mujer, se sentaron a dos mesas de nosotros.

Adolfo me miró y sonrió.

—Es visible que no es de tu agrado la prometida de Liam.

—No lo es. —dije sin filtro.

—Es la mujer que vi salir de tu oficina hace rato.

—Sí. ¿Podemos irnos?

—Claro, pediré la cuenta.

Después de pagar la cuenta, nos vamos caminando hacia el estacionamiento, el nudo en el centro de mi estómago me molesta. Busco las llaves de mi auto, lo bueno que cada quien vino en su transporte. Adolfo me acompañó hasta la puerta. Iba a abrir cuando él me detuvo.

—Regina, —lo miré. —No me gusta andarme con rodeos.

Levanté una ceja con sorpresa.

— ¿Qué? —él sonrió.

—Me gustas y mucho.

No supe que decir por unos momentos.

—Adolfo…—no me dejó seguir hablando.

—Lo sé, sé qué no te gusto, pero podrías darme la oportunidad de cortejarte.

Solté un suspiro.

—Sinceramente ahora con el nuevo cargo de presidenta de la textilería, no tendré tiempo para algo más que no sea mi trabajo.

Adolfo sonrió.

—Me podré adaptar. Solo dame la oportunidad de demostrarte que soy un buen hombre. Sé qué valgo la pena…

Me quedé callada por un momento.

— ¿Puedo pensarlo? —Adolfo sonrió más aún.

—Claro, —su mano la levantó para acariciar mi mejilla, intenté no mostrar mi tensión. —Eres tan hermosa…—susurró.

—Gracias…—aclaré mi garganta. —Tengo que irme, estoy demasiado cansada…

Adolfo asintió, se inclinó para darme un beso en la mejilla, pero no, lo dejó cerca de mi comisura, me separé para abrir la puerta de mi auto, me despedí agitando mi mano, mi corazón latió a toda prisa. Mientras iba en el tráfico de la noche, pensé detenidamente lo que acaba de pasar.

Lo que menos quería en estos momentos a poco de mi nombramiento, era distraerme, ya tenía bastante con la presencia de Liam y su prometida, la boda del fin de semana y ahora Adolfo Villanueva, mi competencia, intentando cortejarme.

Llegué a mi departamento, mientras subía en el elevador, mi celular sonó, lo busqué en mi bolso, al ver la pantalla, arrugué mi ceño, era mi madrina, contesté extrañada de su llamada.

—Hola madrina—dije al contestar.

—Hija mía, ¿Cómo estás? —las puertas del elevador se abrieron ante mí.

—Bien, ¿Y ustedes? —pregunté mientras caminaba por el pasillo directamente a la puerta de mi departamento.

—Bien, bien. —se escuchó murmullo del otro lado de la línea.

— ¿Todo bien? —pregunté metiendo la llave a la cerradura para entrar.

—Sí, claro, todo bien, bueno, no tan bien, hija.

— ¿Qué pasa? —detuve mi camino.

—La boda de Liam es este fin de semana, de último momento, Rachel no tiene a nadie y…

Sabía a dónde iba.

—Le dije que no, madrina.

—Oh, ¿Lo de ser la dama de honor? —torcí mis labios, lancé molesta mi bolsa de mano y negué más molesta, ¿Fue a llorarle a mi madrina?

—Sí, ese tema. Le dije que no puedo.

— ¿Y si te lo pido yo? —me tensé.

—No lo hagas, por favor.

—Sé qué no tienes un viaje a Brasil. —torcí de nuevo mis labios.

—Mi padre. —confirmé entre dientes.

—Hija, sé qué podría ser doloroso para ti…

— ¿Por qué debería de serlo? —pregunté irritada.

—Sé qué tú y Liam…

—Es cosa del pasado. —zanjé el tema.

—Bueno, si lo es, ¿Por qué no quieres ser la dama de honor?

—Madrina—pero ella me interrumpió.

—Por favor, ella no tiene a nadie más, no tiene amigos, ni familiares en México. Solo será un par de horas, prometo compensarlo.

Solté un largo suspiro, sabía que, si me lo pedía ella, evitaría negarme.

—Bien. —la escuché emocionada.

— ¡Gracias, hija! Prometo que será la primera y última vez que te ponga en este dilema.

—Bien, bien. —entre otras cosas más, nos despedimos, lancé el celular sobre la cama, molesta. —Mala decisión, Regina.

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