Maeve
Nos detuvimos a la sombra alargada de la iglesia gótica que se erguía frente a nosotros, imponente y majestuosa en la quietud de la noche.
Las grandes ventanas, adornadas con tracerías complejas, dominaban la vista; especialmente una gran roseta circular en el centro, compuesta por elaborados patrones que simulaban vitrales, aunque la oscuridad impedía ver su colorido habitual.
A ambos lados de la entrada principal, estatuas de santos y otras figuras religiosas vigilaban el lugar, sus rostros erosionados por el tiempo, pero aún imponentes y severos en su silencioso juicio.
El aire alrededor de la iglesia estaba impregnado de un silencio espeso y opresivo, y un ligero escalofrío recorrió mi espalda al acercarnos.
—Pensé que los vampiros no podían entrar en iglesias... —susurré a nadie en particular, más para romper el silencio que por curiosidad genuina.
Una risa suave y baja resonó detrás de mí, y me giré para encontrar a Liam, que se había acercado sigilosamente.
—Puros mitos c