Maeve
Kane y los demás ya habían entrado hacía unos treinta minutos, asegurándose de que nuestro camino estuviera libre de la mayoría de los enemigos.
Aunque confiaba plenamente en su fuerza, el miedo a perderlo se enredaba en mi estómago, una serpiente fría que apretaba con cada paso que dábamos hacia el palacio.
—Estamos listos, mi Reina, —anunció uno de los vampiros que me acompañaba.
Asentí, intentando apaciguar el tumulto de mis emociones.
Los pasos resonaban en los húmedos y oscuros pasillos del calabozo mientras avanzábamos. El olor a moho y a viejo parecía impregnar cada piedra, y la humedad se adhería a mi piel como una segunda piel.
Mi corazón martilleaba contra mi pecho, cada latido resonando en mis oídos como un redoble de tambores antes de la batalla.
"Tiene que estar bien", me repetía a mí misma, tratando de disipar el miedo que me amenazaba con paralizarme.
A pesar de la oscuridad, el camino estaba bastante claro gracias a los vampiros que iban delante, que con sus sent