Presentarse solo para enfrentarse a doscientos élites de la Banda Verde en medio del río... era un acto que, sin duda, merecía reconocer su extraordinaria valentía.
—¿A qué han venido los de la Banda Verde? —preguntó Gabriel, bajando su flauta.
—Obviamente, a eliminarte —respondió don Ricardo sin tapujos, con una calma absoluta.
—¡Quien ose desafiar a la Banda Verde no tendrá perdón! —exclamó alguien.
—Exactamente —murmuró Gabriel.
—¿Qué es exactamente lo que quieres decir? —don Ricardo frunció el ceño nuevamente.
—Que su muerte será completamente merecida —contestó Gabriel con total indiferencia.
—¡Ja, ja, ja! —don Ricardo estalló en una carcajada desde la cubierta del barco.
Su mirada hacia Gabriel destilaba pura mofa y desprecio. Un solo hombre contra doscientos... y no cualquier hombre, sino contra la élite de la Banda Verde. ¿Qué tipo de individuo podría ser tan arrogante de proclamar semejante desafío? ¡Qué presunción tan absurda y desmedida!
Después de reír un buen rato, don Ric