Los invitados que llegaban a los jardines del lago azul miraban a hurtadillas a la pareja que estaba sentada en una posición ambigua en el asiento del conductor de un G-Wagon en el estacionamiento.
Se podían ver claramente dos siluetas abrazándose en el asiento del conductor. La figura femenina estaba a horcajadas sobre el hombre con la cara enterrada en el hueco de su cuello mientras su cuerpo temblaba ligeramente.
Los invitados no pudieron evitar despreciarlos en susurros.
—Los jóvenes de hoy en día, ¿no podían esperar a llegar a casa?
—Son tan desvergonzados por hacerlo al aire libre ya plena luz del día.
—¡Imagínese! Me pregunto qué tipo de chica aceptaría tal cosa.
Mientras tanto, en el G-Wagon, Chris seguía consolando a Rocío que lloraba como un bebé. Se había vuelto loca de miedo y no podía soltar a Chris, así que tuvo que sacarla en brazos y sentarse con ella en el asiento del conductor.
—Lo siento, Rocío. No sabía que te asustarías así. Deja de llorar, por favor —Chris