—Mierda. ¡Mierda! —dijo el Hombre de gris que me sostenía, soltándome por fin cuando corría a la ventana.
Me costó un tiempo entender que podía escapar, escuchaba voces desde afuera y me habían sorprendido. Cuando caí en cuenta de que era libre, corrí hasta la habitación a buscar a mi mamá.
Rápido la encuentro, le miro el rostro. No se movía, algo había desaparecido de su mirada y sus ojos celestes no tenían luz.
—¿Mamá? —la llamé sintiendo como mis pesadillas se hacían realidad—. ¡Mamá! ¡Tenemos que irnos! ¡Vamos! —la tomo de un brazo y tiré de él. No se movía, ni siquiera respiraba—. ¡M