LARS
Era el único culpable de que la navidad no era una fecha esperada para mí, y si no lo era no debería serlo para nadie que viviera conmigo. Mi abuela sabía a la perfección que en Nochebuena y el día de navidad me gustaba estar solo. Sin compañía y sin nadie a mi alrededor. Y al ver toda esa luz y el abeto cerca de la chimenea, me acarreó ese sentimiento que enterré hace años. Mi padre amaba estas fechas, y el día que murió lo hizo el día de navidad.
—¿Puedo pasar? — preguntó Martina.
—No es el momento.
—Por favor, Lars. No sabía de qué estaba tocando un tema muy delicado. Me lo acaba de contar tu abuela y lo lamento mucho.
La miré mientras sentía que cada molécula de mi cuerpo me desgarraba. Ella tenía las pestañas mojadas por las lágrimas, y la nariz roja.
—¿Hiciste lo que te pedí?
Ella negó.
—Puedo hacerlo mañana.
—Martina, fue una orden directa. No lo entiendes o quieres ver lo peor de mí.
Volvió a negar.
—No quiero mostrarte mi lado oscuro. No quiero asustarte, pero este soy y