3. Resignación

La actitud de doña Virginia resultaba muy extraña. Jessica no podía creer que la mujer le hubiera ordenado a su hijo que no la despidiera. Era cierto que era una muy buena cocinera, pero ellos podrían encontrar a una mejor si se lo proponían.

A lo mejor fue Axel que se arrepintió, pensó, él no puede ser tan malo. Tiene unos ojos tan hermosos.

Mientras cocinaba cantaba por lo bajo una canción del artista, recreando fantasías en su cabeza que sabía nunca cumpliría.

—¡Oiga! ¿Le pagan para cantar o cocinar?

Érica Valencia asomó la cabeza en la puerta. La rubia de ojos azules era la encargada de la decoración, pero se creía la jefa. A menudo estaba despotricando contra los empleados inferiores a su rango y llevando quejas al ama de llaves quien era su mejor amiga.

—Me pagan por cocinar —respondió Jessica con indiferencia—, y cantar lo hago gratis. Deje de sufrir y concéntrese en lo suyo.

—Eso es lo que intento hacer, pero usted no me deja concentrar. ¡Cállese!

A menudo Jessica estaba presentando conflictos con la mujer y aquella vez no fue la excepción. Se limpió las manos y fue a enfrentarla.

—Pues venga y me calla —la miró, desafiante.

Érica le lanzó un insulto y Jessica se movió hacia ella, pero ni siquiera alcanzó a tocarla cuando la mujer prorrumpió en gritos de auxilio. Enseguida, el ama de llaves hizo presencia en el lugar.

—Pero, ¿qué es lo que pasa aquí? —gruñó.

—Nata, que esta mujer quiere pegarme otra vez solo porque le pedí que guardara silencio —dijo Érica colocándose a un lado de Natalia Aguirre—. Doña Virginia pidió que mandara a pintar la mansión e intento decidir los colores.

No hubo nada que Jessica pudiera decir a su favor porque Érica no estaba mintiendo.

Natalia la miró como una furia.

—Ya me tiene cansada —masculló con desdén—. ¿Por qué siempre tiene que comportarse como una callejera? ¡Ya me está colmando la paciencia! Mire, Jessica, es la última oportunidad que le doy para que se comporte. La única razón por la que no la he despedido es por su hijo, pero si vuelve a perder la compostura ya no lo tendré en cuenta. ¿Entendió?

—Sí, si señora —Jessica se mostró sumisa—. No volverá a pasar y disculpe.

—Eso espero.

La discusión hubiese terminado allí de no haber sido porque a Érica no le pareció suficiente el regaño y convenció a Natalia para que descontara a Jessica un día de sueldo, lo cual significaba dejar a Pol una semana sin sus recreos.

Una vez el ama de llaves se marchó, Érica se burló de Jessica y le sacó la lengua.

—Venga, pégueme —la instó la rubia para fastidiarla—. ¿O qué? ¿Le da miedo que la corran?

En ese momento Jessica se planteó si valía la pena perder su trabajo a cambio de arrancarle los cabellos a esa mujer, mechón a mechón. Desafortunadamente aquella era una de las tantas fantasías que por lo pronto no podría cumplir.

Volvió a enfocarse en su trabajo, aunque cada vez le resultaba más difícil. Al otro día, antes del almuerzo, salió de la cocina y al regresar alguien había vaciado el bote de sal a la sopa. Jessica no tuvo que pensar mucho para saber quién había sido, sin embargo, temió reclamar a Érica y que la despidieran definitivamente.

Pero no logró evadir la riña de sus patrones ante el retraso de sus labores. Doña Virginia la gritó cruelmente delante de Axel. Por un momento, Jessica cruzó la mirada con el hombre y enrojeció de vergüenza. Aunque él tampoco era amable, ella aún no dejaba de sentir aquella admiración que le había profesado desde que era una adolescente.

Toda su vida había soñado con conocerlo, pero jamás se imaginó que sería en estas circunstancias.

—¿Y usted que está haciendo allí? —dijo Érica un lunes en la mañana cuando Jessica se había detenido un momento tras el cristal que separaba la parte de atrás de la sala con la piscina—. Ah, ya veo —Érica miró a Axel, quien estaba haciendo unas flexiones bajo pleno rayo de sol—. Ni lo sueñe, mijita. Un hombre de esos jamás, jamás, jamaaaas se fijaría en una mujer como usted.

—No lo estaba viendo —respondió Jessica controlando su rubor—. Solo espero a que termine para llevarle su limonada.

—Sí, como no —se rio Érica sin quitar la mirada de Axel—. Está como bueno, ¿verdad? Quizá después de todo, decida darle una oportunidad. No ha parado de mirarme desde que llegó.

Jessica rodó los ojos.

—Sí, claro —dijo incrédula.

—Sabe, ¿qué? Quizá hasta me case con él —Érica se mordió el labio inferior—, y lo primero que voy a hacer cuando sea la dueña de esta mansión, será echar a todas esas mujeres sin clase que trabajan aquí y contratar a otras que al menos sean bonitas.

—Siga soñando, muñequita plástica.

—Sí, yo sé que la envidia la carcome, Jessica —se burló Érica—. Debe ser muy triste desear algo que nunca podrá tener. Por lo menos las otras sirvientas, aquellas que usted tiene por amigas, tienen un poquito de educación. Quizá si se lo proponen, con mucho esfuerzo y cirugías consigan que Axel las mire, pero usted Jessica —Érica la miró de arriba abajo, negando con la cabeza— un hombre como Axel no la voltearía a ver ni para escupirla.

Jessica se marchó de allí antes de que pudiera perder el control, pero lo peor de todo era que Érica podría tener razón. A menudo Jessica evitaba verse en el espejo porque cada vez que lo hacía rechazaba la imagen ante sus ojos. Siempre soñó con ser una estrella y vivía fantaseando con ello, pero en el fondo sabía que nunca lo lograría.

—Pero tampoco soy tan fea —se dijo ante el espejo del baño, intentando darse ánimos—. No tengo unos ojos que destaquen, pero soy alta. Solo tengo que engordar un poquito más y arreglarme, y usar un bonito vestido, y maquillaje.

No era la primera vez que se prometía mejorar su apariencia sin haberlo logrado, pero esta ocasión era diferente porque tenía una gran motivación en casa, y a lo mejor Axel se fijara en ella. Por supuesto que nunca de manera sentimental, pero al menos la respetaría y la trataría con amabilidad.

Y hasta puede que llegue a gustarle pensó, bromeando consigo misma.

Pero guardaba esa esperanza muy en el fondo de su corazón, la cual rápidamente empezó a desvanecerse cuando tres días después conoció a la novia del cantante. Ella era una mujer esbelta, de larga cabellera y un perfume delicioso.

—Dígale a Axel que estoy aquí, por favor —dijo ella después de presentarse como Cristina.

—Claro —respondió Jessica en el mismo tono amable, tras indicarle que tomara asiento en uno de los sofás de la sala—, enseguida se lo llamo.

Mientras Jessica ascendía las escaleras principales, miró de reojo a la mujer y la comparó con ella misma.

Olvídalo, Jessica se dijo así misma con resignación, tendrías que nacer de nuevo para convertirte en una mujer como aquella.

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