—¡Valentina! ¡No causes una muerte! —grité, no porque me preocupara Manuel, sino por las consecuencias para Valentina.
Al verme intentar acercarme, Ernesto me abrazó.
—No te preocupes, Bobby está entrenado, no matará a nadie.
Ernesto sonrió:
—Además, esta escoria es tan repugnante que hasta Bobby sentiría asco al morderlo.
Manuel gritaba desesperadamente, aún llamándome:
—¡Liana, no hemos terminado! ¡No estoy de acuerdo! Seguro estás mintiendo, solo lo haces para enfadarme...
Mi hermana rio fríamente:
—Bobby, ¡muérdele la boca!
La cara de Manuel estaba llena de sangre.
Realmente temía por su vida:
—Valentina, Bobby, ¡basta!
Bobby me miró resoplando.
Manuel se retorcía de dolor en el suelo.
—Valentina, ya es suficiente, ¡podría morir!
De repente, Manuel se levantó, goteando sangre al hablar:
—Amor, sabía que te preocupabas por mí. Volvamos a casa, casémonos...
Si mis piernas funcionaran, le habría dado una patada a Manuel.
Dije fríamente:
—Ni siquiera mereces que Bobby te mate. Manuel,