Capítulo 66. La mansión Ferrini.

El avión tocó tierra.

El sonido del tren de aterrizaje retumbó como una sentencia.

Afuera, el cielo comenzaba a abrirse.

Mariana respiró hondo, mientras una certeza se formaba en su mente:

la verdad podía salvarla o acabar con todo, pero por primera vez estaba lista para enfrentarla.

Ferrini se puso de pie, la esperó y, con un gesto cortés, le ofreció la mano.

Ella la tomó, sin saber si era el principio de su libertad o el preludio de su ruina.

El aire de Roma la envolvió como un perfume antiguo.

Era denso, templado, con ese aroma a piedra húmeda y cipreses que parecía traer ecos de otro tiempo.

Mariana descendió del avión con el corazón apretado.

El sol del mediodía golpeaba las alas metálicas y el cielo, despejado, parecía demasiado vasto para lo que sentía por dentro.

Renato Ferrini la esperaba al pie de la escalerilla, con las manos en los bolsillos y esa calma impecable que a ella tanto la descolocaba.

El asistente de Renato voló con ellos y bajo