Al ver la maleta de viaje en el sofá, me apresuré a decir:
—No olvides llevarte la ropa.
—La dejaré aquí, de todos modos vendré a pasar la noche tarde o temprano —respondí con naturalidad.
—Mis condiciones aquí no son buenas, no te obligues a pasar incomodidades —le devolví sus propias palabras.
—Cualquier lugar donde estés tú, por malas que sean las condiciones, es un paraíso —me lanzó otra frase cursi mientras se dirigía a la puerta y se cambiaba los zapatos.
Apreté los labios, entre sonreír y no hacerlo.
Cuando abrió la puerta y vi que estaba por irse, me acerqué espontáneamente para abrazarlo.
—Ten cuidado al conducir.
—Sí —me levantó la barbilla con una mano y se inclinó para besarme con ternura y cariño—. Y tú acuéstate temprano.
—Está bien, adiós.
Nos besamos una vez más antes de que me soltara y se marchara. Retrocedí y cerré la puerta.
Puppy estaba a mi lado, levantando la cabeza ladeada, mirándome sin entender.
Parecía preguntar: ¿Se fue otra vez?
Bajé la mirada hacia el perr