Noche profunda, un hombre y una mujer solos, un cielo romántico estrellado y té caliente.
Todo era tan perfecto, tan imposible de resistir.
Pero él se contuvo en el último momento.
-María... despierta, si no vuelves en ti... esto se nos va a ir de las manos -bromeó mientras se apartaba, rozando mi nariz con su dedo.
Abrí mis ojos nublados por el deseo y vi el brillo en su mirada, la ternura en su expresión. Por un momento, quise mandar todo al diablo y hacerlo mío ahí mismo.
-Lucas, no te vayas a arrepentir de dejar pasar esta oportunidad... -susurré con picardía, acurrucándome en sus brazos.
-No me arrepentiré, tenemos todo el tiempo del mundo -me abrazó con voz profunda, dejando varios besos suaves.
Me estaba ahogando en su dulzura.
Ninguno quería separarse. Nos quedamos dormidos abrazados en el sofá del invernadero hasta las tres de la madrugada.
Cuando despertó, preocupado porque pudiera resfriarme, me llevó en brazos, medio dormida, hasta la habitación que había preparado para mí.