Me crucé una mirada con Lucas, quien apretó mi mano como temiendo que huyera, y nos acercamos al arroyo.
—Abuelo, he traído a mi novia a conocerte —dijo Lucas en voz baja, con tono cálido y sonriente.
Jorge se incorporó al oírnos, apartando la vista de su libro hacia nosotros.
Aunque tenía el pelo blanco, se le veía con buena salud. Su mirada transmitía una autoridad y dignidad forjadas por los años que inspiraban respeto inmediato.
—Buenos días, abuelo. Soy María.
Jorge sonrió: —María, por fin nos conocemos en persona.
Me apresuré a responder con humildad: —Me halaga, señor.
—No seas modesta. Hace más de diez años, cuando estaba al mando de las tropas en Villa Esperanza, ya había oído hablar de ti... Tan joven, y siendo una niña, demostraste valentía y astucia, salvando a Lucas dos veces. Él nunca lo ha olvidado.
Mientras recordaba el pasado, Jorge apartó la manta de sus piernas.
Lucas entendió de inmediato y se acercó para ayudarlo.
—En aquella época, fui con Lucas a dar las gracias,