Los difamadores me atacaban con vagas acusaciones sin fundamento, mientras que mi contraataque estaba respaldado por evidencia irrefutable y pruebas contundentes.
No era de extrañar que Antonio recurriera a un número desconocido para reprocharme ser tan meticulosa, acusándome de recordar cada mínimo detalle con excesiva precisión. Era evidente que se encontraba nervioso y acorralado, consciente de su posición vulnerable ante las pruebas presentadas.
¿Detalles insignificantes? Me reí internamente. Precisamente esos "pequeños detalles" que él menospreciaba fueron los que terminaron salvando su miserable vida.
Mi publicación ya superaba los diez mil comentarios. Aunque una minoría me criticaba, tachándome de manipuladora y calculadora, la mayoría me apoyaba, comparando mi situación con la fábula del campesino y la serpiente – una analogía perfectamente acertada que reflejaba la cruda realidad de los hechos.
Mi teléfono vibró con un mensaje de WhatsApp: Lucas me avisaba que vendría a recog