Sé que es imposible que esté dormida, seguramente está con los oídos bien atentos escuchando todo.
Entre Lucas y yo se instaló un silencio momentáneo.
El ambiente en el auto se volvía cada vez más tenso e incómodo...
También sentía un calor inexplicable, no sabía si era por lo nerviosa que estaba o si el vino tinto ya me estaba haciendo efecto.
Después de aguantar un buen rato, hasta sentir que mi espalda empezaba a sudar, finalmente no pude contenerme:
—Oye, ¿está prendido el aire acondicionado? Hace algo de calor...
El chofer de Lucas era un joven que ya había visto varias veces, de piel bronceada, alto e imponente, con una postura erguida y firme. Seguramente era un militar retirado que fungía tanto de chofer como de guardaespaldas.
El muchacho se sorprendió por mi pregunta, miró instintivamente por el retrovisor y respondió:
—Señorita Navarro, el auto está a 22°C.
La temperatura supuestamente más cómoda para el cuerpo humano.
Antes de que pudiera responder, Lucas intervino:
—Bájale