Cap. 3: Cambio

—Es una gran lástima lo que sucedió con el señor Rivera, siempre fue una inspiración para mí, un modelo a seguir  —murmura un apuesto hombre de cabello castaño y elegante traje gris recorriendo la sala de estar de la mansión del difunto. 

—Todos sentimos esa pérdida, el señor Rivera siempre ha sido un pilar de la comunidad, un hombre que hizo mucho bien —coincide el banquero queriendo congraciarse con ese potencial comprador que ha hecho una generosa oferta por la mansión y la Farmacéutica.

—Sí, era un buen hombre… sin duda no era él quien se merecía dejar esta vida —murmura el hombre observando con cierto disgusto un cuadro en el que han sido retratados padre e hija sentados en la sala de estar junto a la chimenea.

—Es algo sobre lo que uno no puede tener control, ¿Acaso planea seguir con su legado? —pregunta el banquero sintiendo curiosidad por las intenciones de ese magnate de hacerse con esas posesiones.

—Para nada, esa debería ser la labor de su descendencia, aunque a la luz de las pruebas parece que ese apellido morirá en el olvido dentro de muy poco tiempo  —declara el joven con una media sonrisa en los labios al disfrutar de lo que conlleva esa posibilidad.

—¡Obviamente no tiene ni idea de lo que habla, es más factible que el cielo se caiga a que el mundo olvide a los Rivera! —protesta Elizabeth bajando de la escalera arrastrando una pesada valija tras de sí, mirando con reproche a los hombres que siquiera se molestan en ofrecerse para ayudarla.

—¿Aún sigue aquí? Creí que ya había terminado de sacar sus pertenencias… —comenta el banquero entre dientes teniendo que su cliente pueda llegar a ser espantado por esa desagradable presencia.

—¡Es increíble lo que le están haciendo a mi familia! El cuerpo de mi padre apenas ha sido enterrado y ya están como buitres rondando lo que poseía —espeta la mujer llegando al pie de la escalera dedicándole una mirada de desprecio a ambos hombres.

—El Banco solo está saldando las deudas dejadas por su padre, señorita Rivera. Tenemos todo el amparo de la ley para hacer esto, aunque eso no le guste —declara el hombre queriendo dejar en claro delante del comprador que todo se está haciendo de forma legal.

—¿Señorita Rivera? —pregunta el empresario paseándola una mirada fría desde el cuadro de la pared hacia ella, como queriendo confirmar que es la mimas persona.

—¡Sí, Elizabeth Rivera, una victima de estos… buitres, y según veo también de usted que se pasea por mi casa como si ya fuese su dueño! —señala la heredera sin ocultar su desagrado hacia ese desconocido.

—¡No ofenda a este buen señor! ¡Al menos debería tener la decencia de respetar a los demás, sobre todo cuando ha pasado a ser prácticamente una indigente que no tiene donde caerse muerta! —explota el banquero habiéndose agotado su paciencia ante la incapacidad de esa muchacha para poner los pies sobre la tierra.

Esas palabras impactan en el pecho de Elizabeth como si fuesen puñetazos, logrando quizás por primera vez en su vida, callarla. Sintiendo un nudo en la garganta baja la cabeza con impotencia para ocultar sus ojos llorosos, aprieta los puños a los lados de su cuerpo tratando de no perder la compostura, procurando no perder su dignidad, ya que después de todo eso es lo único que le queda.

—Podría quedarse… —murmura el empresario haciendo que la muchacha levante la mirada con cierta timidez, dispuesta a abrazar a ese extraño que se ha apiadado de ella.

—¿Qué? No hay ninguna necesidad de que tenga que cargar con esa responsabilidad, el Banco ha embargado las propiedades bajo el amparo de la ley… —comienza a explicar el banquero teniendo que haya habido un malentendido.

—Puede quedarse como la ama de llaves, esta mansión necesitará de limpieza y que se lleven a cabo las tareas domesticas, y yo no tiempo para ocuparme de eso —declara el hombre castaño mirando con frialdad a la muchacha cuyo rostro comienza a enrojecer por la indignación.

—¡¿Me ha tomado por una sirvienta?! ¡¿Acaso no tiene idea de con quién está hablando?! ¡Soy Elizabeth Rivera, heredera de una de las familias más prestigiosas del país! —protesta Elizabeth con tanta furia que siente que podría hasta golpear a ese cínico hombre.

—¡Usted es una muchacha sin dinero, sin un techo, y estoy seguro que sin ninguna habilidad para conseguir un trabajo digno! Si al menos tienes algo de cerebro, deberías tragarte tu orgullo y aceptar esta muy generosa propuesta —indica el banquero mirándola con severidad, aunque él mismo no le confiaría a esa muchacha siquiera hacer las compras en el supermercado.

Elizabeth se muerde el labio inferior con rabia hasta sentir el sabor de su propia sangre, no puede creer que ese par quieran denigrarla de esa manera. Ella, la heredera Rivera, una mujer de su clase teniendo que aceptar convertirse en una sirvienta para poder sobrevivir, dentro suyo su orgullo exige a gritos que no se atreva a rebajarse de esa manera, pero por otro lado es consciente de que no tiene más opción que agachar la cabeza.

—Es-está bien… acepto… —murmura la joven entre dientes, sintiendo que está viviendo la mayor humillación de su vida—. Volveré a llevar mis cosas a mi habitación, y luego me dirá lo que espera que haga.

—Tengo entendido que hay una casa para la servidumbre, es allí a donde debería llevar sus cosas, de ahora en más esta Mansión es su lugar de trabajo, no su casa  —señala el empresario con cierto brillo de diversión en su mirada al ser él quien marque eso ahora.

—S-sí… señor… —susurra Elizabeth sintiendo las lagrimas de impotencia inundándole la mirada, sabiendo que no hay nada más que pueda hacer—. ¿Cómo debería llamarlo?

—Víctor Torres —responde el nuevo dueño de la mansión girándose para seguir con su recorrido por nueva propiedad.

—Víctor… Torres… ya he escuchado ese nombre antes —murmura la mujer tratando de recordar de dónde se le hace conocido, arrugando la frente se esfuerza por recordar, hasta que sus ojos se abren con sorpresa al descubrirlo, ese… ese era el hijo de la ama de llaves.

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