La marcha de Samantha dejó a las personas dentro de ese salón con diferentes expresiones. Ninguna buena, ninguna bonita. La vergüenza y el bochorno eran las que más abundaban.
—Me dejan a solas con mi hija por favor. —pidió Eduardo.
Marcos y Benjamín salieron a la par pensando que las revoluciones que se armaban dentro de la familia Montenegro eran dignas de hacer un guión de teatro.
Eduardo esperó que Marcos cerrara la puerta para mirar de forma condenatoria a su hija. Esa mirada la utilizaba pocas veces, con sus princesas, aún menos. Solo recordaba tres ocasiones en que la había empleado. Cuando sus tres hijos eran pequeños y se habían metido en un lodazal acabados de vestir de blanco, cuando Sam y Ale le dijeron que habían besado por primera vez a un hombre y cuando de forma entrecortada le contaron que habían perdido la virginidad. En ese momento tuvo el mismo efecto. Alejandra no era capaz de alzar la cabeza.
—Estoy esperando una explicación, cielo. Vamos a continuar lo que