3. El sobre

El vestíbulo estaba bien iluminado, con enormes ventanales que permitían la entrada de luz natural y hacían brillar el suelo de mármol blanco. El sonido de nuestros pasos resonaba mientras caminábamos a la salida. Afuera esperaba Daniel, me sentía algo nerviosa con todo lo que estaba pasando, no porque temiera que la información pudiera ser usada para rastrearme, sino por la terrible anticipación que amenazaba con hacerme actuar de forma impaciente o estúpida. 

Durante el viaje en auto me concentré en mi respiración mientras repetía en mi mente “Esto ya lo sabías, sabías que sentirías la tentación de hacer algo pronto… pero recuerda que tienes todo el tiempo del mundo, no te vas a conformar, no ahora. Una victoria pequeña no será suficiente”. Todo el tiempo del mundo a veces no parecía suficiente para la tarea que me había propuesto, quizás por eso me sentía tan impaciente a la primera señal de verdadera cercanía a mi meta. Afortunadamente Daniel y Christian estaban demasiado ocupados platicando de la vida familiar del primero y ninguno notó mi temporal distracción. A mí no me interesaba escuchar sobre los problemas del matrimonio de Daniel, segun su esposa trabajaba demasiado.

El edificio de la compañía era casi una fotocopia del que había visitado en la Ciudad de México, tanto que si me hubiera dormido durante el vuelo quizás creería que todo fue una broma y nunca partimos de la ciudad. La similitud me sorprendió, ¿tendría la misma cantidad de pisos? ¿En dónde acababa el parecido? atravesamos el vestíbulo, todos guardaron silencio al ver a Christian, su presencia tras el artículo sólo demostraba una preocupación que nadie quiere ver en su jefe. Apostaría cualquier cosa a que muchos de ellos ya habían comenzado a planear entrevistas con otras compañías y a actualizar su currículo, yo haría lo mismo en su lugar.

-Bien, ¿estarán todos presentes? -Preguntó Christian al cerrarse las puertas del ascensor.

-Si quieres saber... si llamé a Luisa, claro que lo hice, es tu ex prometida, pero también es la mejor en relaciones públicas de toda la empresa. -Replicó Daniel, miraba su teléfono a cada rato, revelando su nerviosismo. - Necesitamos toda la ayuda posible.

-No niego que sea la mejor, sólo recuerda lo que pasó la última vez. 

-Ya pasó el tiempo, quizás empezó a olvidarlo. No puede estar amargada toda su vida.

-Es como si no la conocieras, Daniel.- Se quejó Christian.- Luisa Montemayor nunca perdona a nadie.

Luisa, Luisa Montemayor…había escuchado sobre ella, aunque si la mitad de los rumores eran ciertos en menos de media semana haría que todos se olvidaran del tema. Carajo. Era eficiente, meticulosa y demasiado buena como para limpiar los desastres del señor Daleman. Lo que me sorprendió fue escuchar del compromiso, ese tipo de cosas no suelen quedarse fuera de las noticias sensacionalistas, mucho menos la cancelación del compromiso de uno de los solteros más cotizados de América Latina. 

Llegamos a una sala de conferencias donde esperaban Luisa y otros tres trabajadores, quizás abogados de la compañía. Ella era una mujer alta, a pesar de que su estatura debía rondar el 1.75 llevaba zapatos de tacón extra alto. Vestía un traje ajustado capaz de resaltar sus marcadas curvas sin dejar de lucir profesional. 

-Rachel, ¿Podrías traerme un café? Hay una sala de descanso al final del pasillo. Ah y tráeme los documentos del caso, deberían estar en la oficina de Daniel.

-En seguida, señor. - Respondí antes de salir.

- ¿Es tu nueva amante? -Escuché preguntar a Luisa.

-Por favor, ¿podemos ser profesionales?

-Eso depende de ti, Christian…-Entonces la puerta se cerró, impidiéndome escuchar el resto de la conversación.

Las ordenes de Christian me daban una perfecta excusa para entrar a la oficina de uno de los encargados de la sucursal, la perfecta oportunidad para profundizar en ciertos temas y por fin encontrar la debilidad del señor Daleman, que por lo que veía no era su único hijo. La oficina de Daniel estaba sorprendentemente echa un desastre, con mil folders llenos de papeles sobre cada superficie, envolturas vacías tiradas en el piso y varios cables que parecían no conectar con nada.

- ¿Dónde estarán los que me pidió? -Le pregunté a la nada.

- ¿Eres una espía? -Preguntó una voz desde la puerta haciéndome saltar.

-No, soy la nueva secretaria del señor Christian. -Respondí, ante mí estaba una joven de unos veinte años, con bonito cabello dorado y vestida de traje. -Rachel Guerra…

-Karla Ruiz. -Se presentó. -Lamento lo de… bueno, no pareces secretaria y nunca te había visto aquí. No quiero ser la chica que vio a alguien en la oficina del jefe y no hizo nada…

-No te preocupes, está bien. ¿Trabajas aquí?

-Soy pasante, aunque espero pronto una oferta de empleo. No sé si debería decirte eso, pero hay algo importante que al señor Christian le conviene saber en el cajón inferior del escritorio. Si te lo llevas ahora con los papeles nadie se dará cuenta.

- ¿Por qué me dices eso?

-Por que creo que a diferencia de muchos aquí, tu harás lo correcto. No me pareces una mala persona.

Asentí, ella se fue, tardé varios minutos en encontrar el folder correcto, después hice lo que ella sugirió, abrí el cajón sin hacer ruido, adentro había un sobre color manila cerrado.Tuve un instente de duda ¿Y si alguien notaba lo que hice? Rápido miré afuera, el pasillo estaba casi vacío. Regresé al escritorio y tomé el sobre, Por puro instinto dlo doblé y lo guardé en mi bolsa, si bien nadie más sabría lo que hice, quizás Daniel lo reconocería de inmediato. No iba a arriesgarme por un Daleman. ¿Entonces porqué me llevaba el sobre? ¿Por qué pensaba en esos ojos claros tan peculiares llenos de agradecimiento?

Cerré la puerta y caminé a la sala de descanso, aun me faltaba el café. El sonido de mis zapatos de tacón anunciaba mi presencia a todos en el pasillo, si algo no extrañaba de trabajar como secretaria era tener que usar tacones.

Casi no me topé con nadie en los pasillos, las pocas personas que vi evitaban hablar conmigo y se apresuraban a alejarse. Las noticias volaban, todos lucían preocupados, cualquier problema en la compañía tendría horribles consecuencias para ellos.

En la sala de conferencia reinaba el silencio, Luisa miraba a Christian como si hubiera pateado a un cachorrito indefenso y él por su parte escribía notas en un cuadernillo. Le entregué el café y el folder del caso, sentía mi corazón latir desbocado, había hecho peores cosas mucho más ilegales en los años previos, aun así me ponía muy nerviosa al hacerlo. Quizás nunca me acostumbraría a la mezcla de temor y adrenalina que fluía por mis venas.

-Su café, señor. No sabía cómo le gusta así que traje cremas y azúcar…-Dejé el vaso desechable a su lado antes de retroceder un poco.

-No te preocupes, toma el café oscuro. - Interrumpió Luisa. -Ahora retírate, debemos hablar de asuntos confidenciales de la compañía.

-Gracias Rachel, si quieres regresa al hotel, hoy no haremos la reunión.

- ¿Desesperado por ocultarme algo?

-Bien,entonces quédate cerca, podría necesitar otros papeles. 

Asentí, Luisa me seguía mirando de una forma que me hacía sentir muy observada y juzgada. Recordaba cuando me miraban de esa manera las personas que me subestimaban, primero en la escuela, después en el trabajo. No me agradaba, ella tenía cierta postura que parecía gritar “Soy mejor que tú y ni siquiera mereces ser m****a embarrada en la suela de mi zapato”.

En silencio me senté en una de las sillas pegadas a la pared, lejos de la mesa donde los demás hablaban. No tenía mucho que hacer. Los tres abogados parecían molestos de tener que hablar enfrente de mí, era una conversación demasiado delicada como para tenerla ante una simple secretaria recien contratada. Por su parte Luisa no dejaba de mirarme, no tenía la menor idea de por qué había terminado su relación, aunque la palabra infidelidad venía a mi mente. No era bueno tener enemigos, son quienes es más probable que comiencen a hacer preguntas incómodas y vigilen cada pequeño movimiento.

Al final decidieron seguir el consejo del señor Daleman e investigar a la supuesta víctima. Sabía a dónde llevaría eso, cualquier pequeño detalle de su vida sería retorcido con tal de salvarse ellos. Y lo peor, todos les creerían, muy pocas personas dudan de la palabra de alguien tan importante como el señor Daleman. Ignoran que su riqueza, su prestigio fueron obtenidos de maneras tanto inmorales como ilegales, ignoran que su palabra no vale nada. Yo había pasado por eso, recordaba cómo sus abogados hicieron parecer a mi padre y a Antonio como los peores enemigos, capaces de pelearse a tiros en el bosque. Ahora por mi culpa alguien más sufriría así.

Luisa se levantó, pensé que por fin se iría, en vez de eso se dirigió hacia mí, con sus tacones era más alta que yo por al menos media cabeza.

-Secretaria Guerra, ¿podría traerme un café? Caliente, dos cremas, cuatro de azúcar.

-Si, señora. -Salí, no me molestaba llevar su café, si tan sólo supiera que en mis peores momentos tuve que alternar un trabajo en un bar de mala muerte con una cafetería con más cucarachas que clientes, entonces entendería que de ninguna forma me sentía inferior por servirle un café.

-Al menos esta tiene buenos modales, han mejorado tus gustos Christian…-Se burló aquella, en voz tan alta que todos en el pasillo la escucharon sin problemas. -Eso me recuerda, deberías pedirle a tu padre que se reúna con los inversionistas, su ausencia los tiene angustiados…

“No le hagas caso, ella no tiene importancia” pensé, sus problemas de confianza no debían afectarme. En esos momentos, cuando necesitaba un instante de calma para controlar mi temperamento, me ayudaba recordar a Antonio. Opuestos perfectos, él nunca estaba enojado, nunca se molestaba y si su jefe le hacía la vida pesada se limitaba a encogerse de hombros y seguir adelante. Siempre envidié su forma de ser, a mi cualquier ofensa me hacía hervir la sangre y como podrán notar nunca fui muy buena en eso de perdonar y olvidar.

Las palabras de Luisa resonaban en mi mente "deberías pedirle a tu padre que se reuna con los inversionistas, su ausencia los tiene angustiados..." sentía algo importante contenido en oración ¿qué mantenía alejado al señor Daleman de sus negocios? nada le importaba más que su empresa, ni su familia, ni las leyes, ni las vidas ajenas...

Al terminar el día tenía una considerable lista de razones por las que no quería volverme a topar con Luisa y al menos una para buscar alejarme lo más posible. Había olvidado el sobre, doblado en mi bolsa con todas la vueltas que me hizo dar por la compañía sacando copias innecesarias y haciendo llamadas de las cuales se arrepentía en menos de cinco minutos. Lo recordaría horas después, tras regresar al hotel.

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