2.Primer día en la oficina.

         Considerando todo, regresé a mi pequeño departamento temprano, apenas iban a dar las tres de la tarde cuando ya estaba sentada ante mi escritorio, sin intenciones de volver a salir. El mundo exterior carecía de atractivo, era como si lo brillante de los colores y lo melodioso de los sonidos se hubiera ido con ellos… La seguridad se fue con mi padre, mientras que la alegría se la llevó Antonio, mi Toño, ya había comprado mi vestido de boda cuando el señor Daleman le arrebató la vida.

         El departamento era bastante pequeño, sólo vivía yo ahí y nunca invitaba amigos, conocidos o compañeros de trabajo. Consistía en una pequeña sala-comedor-cocina con el inmobiliario básico: un refrigerador, estufa y fregadero componían la cocina en la esquina más lejana, luego se encontraban una mesa con una solitaria silla donde comía cuando me molestaba en cocinar en casa o recalentar algo. Y en la sala estaba un viejo sillón, tan descuidado que la tela café comenzaba a perder su color volviéndose de un extraño tono entre gris y sepia. No tenía televisión, si quería ver las noticias iba a la cafetería de mi única amiga, Luisa, a casi dos cuadras de distancia.

El baño era deprimentemente minúsculo con tan poco espacio en la ducha que al abrir la llave del agua se mojaba el piso entero. Y la otra puerta, a un metro de esta llevaba al cuarto, donde guardaba toda la información que había juntado de mi objetivo, planes, fotografías, todo ordenado en carpetas o folders que se apilaban en mi escritorio, el único mueble en la casa, aparte de la cama, que usaba con frecuencia.

Las dos ventanas del departamento estaban cubiertas con pesadas cortinas oscuras que apenas permitían el paso de la luz e impedían que alguien mirara desde el exterior, porque no te enfrentas a alguien tan sanguinario como el señor Daleman sin una sana dosis de paranoia.

Nadie entraba a mi hogar, nunca. No desde ese día. No planeaba regresar a la casa que Antonio y yo compramos, había demasiados recuerdos ahí y la intrusión de cualquier persona en mi espacio sólo me recordaba lo que nunca volvería a tener. La casa permanecería abandonada por mucho tiempo, por el momento no me sentía lista para venderla a pesar de que no soportaba siquiera ver la encantadora fachada.

Un amor como el nuestro no se da a cada rato, no éramos perfectos, pero nuestras imperfecciones nos volvían más cercanos. A pesar de mi distancia con las demás personas no tenía ni una sola fotografía de mi pasado, ni de mis padres ni de Antonio, el dolor de la pérdida y el riesgo de que cayeran en las manos equivocadas eran insoportables.

-Y ahora a esperar. - Dije en tono sarcástico antes de abrir mi computadora portátil.

Ahí tenía suficiente información para hundir a la compañía en demandas hasta el año nuevo. Aun no quería destruirlos, así que sólo saqué un caso menor, una entrevista que sugería que no siempre aceptaban una negativa. La empresa del señor Daleman era conocida por conseguir los terrenos con mejor ubicación para desarrollar ¿coincidencia? Yo sabía de primera mano que no. Le envié la información a una vieja amiga mía, Lucía Díaz la periodista independiente más intrépida que había conocido, ella me prometió:

-Cuando tengas suficiente información sobre esos cerdos me la mandas y yo me encargo del resto. - Su voz sonaba amenazante, su pluma era un arma muy temida tanto por empresarios como políticos y lo mejor de todo, ella no les temía ni un poquito. -Lo vamos de destruir, personas como él no merecen estar libres.

Lucía supo de mi caso cuando la investigación policial se detuvo y a diferencia de los demás me creyó, incluso después de que todos escucharan y creyeran la “versión oficial” de los hechos. Ella y su camarógrafo-esposo Daniel eran posiblemente los únicos que conocían la verdad y cuando el momento fuera adecuado serían los encargados de revelarla a todo el mundo.

Recibí un corto mensaje como respuesta, un breve “Edición vespertina, portada”. Bien, sería una buena sacudida a la empresa Daleman (si, el señor Daleman nombró a la empresa con su apellido) y hacer que su hijo se apresurara, no sólo en escoger a cierta secretaria, sino también en confiar en ella. Nada como una crisis para unir a las personas.

 Era raro, esperar a que saliera la noticia y Christian me llamara me resultó muy pesado, casi eterno. No tenía sentido, llevaba más de dos años esperando ¿qué eran unas horas más? ¿qué eran unos minutos en el gran esquema de las cosas? Quizás era porque ese tiempo definiría si había juzgado correctamente a Christian Daleman, si no me elegía, si encontraba a alguien más… de regreso al inicio.

Me recosté sobre la cama, mis ojos fijos en el teléfono. No estoy segura de en qué punto me quedé dormida, siempre evitaba dormir a menos que estuviera demasiado cansada. Una noche sin sueños era un milagro. Cada ves que cerraba mis ojos tenía el mismo sueño, una auténtica pesadilla incrementada mil veces por ser un recuerdo en vez de un invento del subconsciente.

Vi una vez más el bosque que se extendía detrás de la casa y hacia las montañas, donde jugaba con los demás niños del lugar antes de tener edad para esconderme entre los arbustos con mi novio, Antonio mientras mi padre nos buscaba con una expresión de falsa severidad en su rostro. Ese lugar donde pasé tantos momentos felices se convirtió en el escenario de mis pesadillas, cada árbol, cada rama, cada hoja… todo era un recordatorio de aquella noche que preferiría olvidar. Recorrí de memoria el camino hasta el pequeño claro, estaba oscuro y sólo veía las linternas de los atacantes, ni siquiera se molestaron en ser discretos. Se sentían confiados, esa noche quizás no era diferente para ellos, sólo un día más de intimidar a otro pobre tonto que no se doblegaba ante los deseos del jefe.

Desperté sobresaltada, un frío sudor cubría mi cuerpo entero haciéndome tiritar a pesar de que la tarde era bastante cálida. Revisé mi teléfono, rayos, había dos llamadas perdidas de un número desconocido, probablemente de mi futuro jefe. Con la respiración agitada por el sueño regresé la llamada.

- ¿Bueno? -Pregunté cuando contestaron al primer intento.

-Ah, señorita Guerra, espero no haber interrumpido algo importante, ¿otra entrevista, quizás? -La voz de Christian Daleman tenía un toque de humor que me hizo sonreír.

-No, para nada. Sólo salí un momento y dejé el teléfono en casa.

-Excelente, entonces debo pedirle que se presente mañana a la oficina, traiga su equipaje, es posible que debamos viajar antes del mediodía.

-De acuerdo, ¿hay alguna razón? Me parece un poco repentino…

-Nada de alarma, sólo un artículo que podría costarnos un muy buen acuerdo. Mi padre está muy enojado, si no lo resuelvo pronto habrá problemas por no mencionar varios cambios en la compañía.

“Bien, es justo lo que merecen” pensé, sintiéndome un poquito más orgullosa de lo que debería, después de todo el verdadero trabajo lo hizo Lucía.

-Entonces, ¿cuento con usted? -Preguntó Christian, en su voz había una vulnerabilidad y desesperación que no había esperado escuchar. - La lealtad de algunas personas es tan débil que desaparece con un rumorcillo publicado en un periodicucho…

-Por supuesto, ahí estaré.

-Se lo agradezco, es una santa, ¿lo sabe?

-Pues no es algo que me digan a menudo…

-Lo es, vale, hasta mañana. Le mandaré unos archivos para que se familiarice con el problema, aunque en realidad sólo debe ayudarme con el papeleo, traer café, ese tipo de cosas.

Dicho eso colgó. Dejé el teléfono sobre la cama, por fin un verdadero avance.

-Ha tomado tiempo papá, Toño… pero va a suceder, voy a asegurarme de limpiar sus nombres. - Dije al cuarto, las sombras comenzaban a volverse más pronunciadas anunciando el anochecer. - Destruiré al señor Daleman, lo juro por mi vida.

Una vez terminado mi pequeño discurso, que cabe mencionar me sentí muy ridícula diciendo las palabras que rondaban mi mente desde hacía años, me apresuré a empacar, no había mucho por hacer, pero debía mantener la ilusión de una mujer joven normal. Guardé en mi maleta tres trajes, blusas de repuesto, zapatos de tacón negros y un par de mudas de ropa casual. Pensando en lo que solía empacar antes añadí un par de libros, mi computadora (no la que tenía la información, esa nunca salía del departamento), también guardé mi cámara fotográfica, un regalo de cumpleaños de mi padre cuando cumplí quince años. Mientras otras quinceañeras querían fiestas o viajes, yo sólo deseaba tener una cámara profesional, de seguro papá nunca pensó que acabaría usándola para tomar fotografías de cada acción sospechosa del señor Daleman, su empresa y sus conocidos. Aparte, en una pequeña mochila guardé mi pasaporte y todo lo que pudiera necesitar durante el vuelo, además de una buena cantidad de dinero.

Esa noche dormí sabiendo que estaba un paso más cerca del señor Daleman, las pesadillas no se presentaron por primera vez en muchísimo tiempo. Me despertó mi alarma a las cinco y media de la madrugada. Tiempo de sobra para bañarme, desayunar, tomar mi primera taza de café y llegar a la empresa.

Entré al baño bostezando, me aseguré de que hubiera agua caliente y sin pensarlo mucho me desvestí, quitarse la ropa pierde el factor erótico cuando no tienes la mirada de alguien más fija en ti. Dejé mi pijama en una desordenada pila, ya después me encargaría de ella. El agua caliente, tan caliente que quemaba un poquito me sacó un suspiro. Recordé sin querer tiempos mejores, cuando Antonio se quejaba con una sonrisa por la temperatura del agua.

“Prefiero no derretirme, amor” decía mitad en juego mitad por molestarme.

 Esa era nuestra única diferencia irreconciliable: el se bañaba con el agua helada y yo casi con puro vapor.

Siempre que recordaba a Antonio me invadía la nostalgia, la más extraña mezcla de alegría y tristeza. Cuando terminara mi venganza me uniría a su lado, no quedaba nada en el mundo que me hiciera desear vivir. “Pronto, mi amor” prometí, sintiendo inmensa la distancia entre la vida y la muerte. “Pronto estaremos juntos y nadie ni nada nos podrá separar.”

Esos instantes de paz me daban la fuerza necesaria para seguir adelante. Salí del baño secando mi cabello, afortunadamente lo había teñido un par de días antes así que el riesgo de que las raíces me delataran era mínimo. Me puse mi atuendo de secretaria, desde los tacones negros y medias color piel, la falda gris oscuro de corte lápiz, la blusa blanca y mis lentes para terminar.

Pasé más tiempo del necesario sentada ante la mesa contemplando mi taza de humeante, delicioso, amargo café negro. Sin leche, sin azúcar. Una de las muchas formas de castigarme por haber sobrevivido y por los años sin respuestas. Pero no me había quedado inmóvil por eso, no, siempre me ponía nerviosa al viajar con mi identificación y pasaporte falsos. Ya lo había hecho antes y nadie lo notó, saberlo no evitaba que sintiera un sudor frío sobre mi frente.

- ¡Hey, si llegaste! - Exclamó encantado Christian al verme llegar. Sus ojos brillaban de una forma peculiar, como si se hubieran iluminado en cuanto se encontraron con los míos. Por eso apenas noté su costoso traje gris oscuro, con chaleco negro y corbata de rayas plateadas que resaltaba contra su camisa negra.

-No soy de esas personas que se comprometen sólo para quedar mal, señor Daleman.

-Por favor, llámame, Christian o Chris, el señor Daleman es mi padre. Son unos zapatos demasiado grandes como para llenarlos…

-De acuerdo Christian.

-Excelente, ya que eso quedó aclarado. Sólo esperamos a mi conductor e iremos directo al aeropuerto. ¿Revisaste los papeles que te di?

Asentí, él volvió a sonreír. ¿Por qué su sonrisa me hacía sentir mariposas en el estómago? ¿Por qué revivía ahora ese estúpido sentimiento que tanto me hizo sufrir en el pasado?

- ¿Va a querer un café en el aeropuerto? -Pregunté, esperando aprender lo antes posible sus hábitos y rutinas. Una buena secretaria quizás podría ser invitada a ciertas reuniones y fiestas importantes para la compañía.

-No, la cafeína me revuelve el estómago antes de volar. A pesar de todos los viajes nunca me logro acostumbrar a la sensación. Odio la turbulencia.

-Lo entiendo, me pone muy nerviosa la parte del despegue y el aterrizaje.

- ¿Por los accidentes?

-Es estadísticamente más probable que un accidente suceda en el despegue, descenso o aterrizaje. - Dije, necesitaba convencerlo de que mis nervios no eran de ninguna manera por cierto pasaporte falso.

-Vaya, ¿lo investigaste? No hay nada que temer, llegaremos a salvo o mi padre demandará a la compañía. - Rio, ante mi falta de respuesta aclaró. - Es broma, claro. El señor Daleman nunca haría algo así.

“Haría algo peor” estuve a punto de decir. Mil veces peor que una simple demanda. Aunque el comentario me hizo preguntarme cuánto sabía en realidad Christian, ¿Estaba al tanto de los sucios juegos de su padre o sería un inocente más que terminaría en el fuego cruzado? ¿Colaborador o simple testigo? Odiaba sentir que podría hacerle a alguien el mismo daño que me hicieron a mí. Una parte de mí necesitaba saber que Christian era culpable para callar a mi m*****a conciencia.

En eso llegó su auto, un automóvil negro con ventanas de vidrio blindado. Los dos nos subimos a la parte posterior y él le indicó que nos llevara al aeropuerto. El trayecto transcurrió sin conversación, cualquier plática habría quedado perdida en el sonido del radio, que enlistaba las mejores canciones del año. Yo fingí mucho interés en la ventana, en los otros autos y las calles que rara vez recorría.

-Ya llegamos, señor.

-Gracias, Luis, ¿podrías bajar mis maletas?

-Por supuesto señor, se las haré llegar al hangar.

Bajamos, nunca esperé que el avión en cuestión fuera el avión privado del señor Daleman, o que Christian llevara más de cinco maletas.

-Disculpe, ¿Cuántos días nos vamos a quedar allá? -Pregunté, lo cual quizás debí hacer antes de empacar.

-Oh, un par de días, por eso viajo ligero.

Al parecer el señor Daleman y su hijo podían ir y venir sin la menos inconveniencia, el encargado de aduanas estaba tan ocupado por quedar bien que apenas revisó mis papeles, casi le agradeció a Christian por respirar el aire del aeropuerto. Yo contuve una risita, me alegró notar que no era la única, también el chofer luchaba por no estallar en carcajadas. Christian por su parte sólo lucía un poco avergonzado.

Para cuando por fin despegamos tuve que recordarme que este no era un viaje normal. Era fácil perderlo de vista por la emoción del nuevo empleo y el vuelo, pero no podía darme el lujo de perderme en las sensaciones que demandaban mi atención cada vez que ciertos ojos azules verdosos, quizás era la iluminación del avión la que los hacía verse de un peculiar tono azul grisáceo. “Carajo” fue la única palabra en mi mente durante casi todo el vuelo. No fue muy largo, un vuelo de cuatro horas sin escalas de la Ciudad de México a Quito, una de las principales oficinas de compañía.

Nunca había viajado a Ecuador, Antonio y yo vivíamos ahorrando para un viaje por Latinoamérica, iba a ser nuestra luna de miel. Habíamos soñado con visitar la capital y caminar juntos en la Plaza Grande. Yo quería fotografías las impactantes vistas de los alrededores y Toño se entusiasmaba pensando en toda la historia del lugar, las iglesias, monasterios y monumentos. Él nunca realizó el viaje, un viaje que tampoco yo disfrutaría gracias a mi trabajo, de seguro no tendría tiempo ni de dar una vuelta en el centro histórico.

En el vuelo, a pesar de ser los únicos a bordo, aparte de la tripulación, Christian me indicó que me sentara a su lado. Se pasó las cuatro horas hablando de lo afortunada que era de trabajar en una compañía con muchas posibilidades de crecimiento y en proceso de expansión. También habló de lo feliz que se sentía al recibir un papel importante tras años de trabajar a la sombra del señor Daleman.

-Mi padre no cree en el nepotismo, si me dio el puesto debe ser porque confía en mí y mis capacidades. -Dijo pasándose una mano por el cabello, este tenía tanto gel que ni siquiera se movió.

A veces se cree que el silencio hace que el tiempo se sienta eterno, pero esa conversación volvió cuatro horas en una auténtica tortura, lo peor era que ni siquiera podía concentrarme en otra cosa porque ¿y si decía algo importante? ¿Y si podía usar esa información en el futuro? Christian era demasiado confiado, era la clase de persona capaz de sincerarse con los demás sin importar que apenas se conocieran.

Apenas bajamos del avión, antes de pasar por aduanas se nos acercó un hombre alto, de piel apiñonada, cabello castaño y ojos cafés casi negros, que vestía un traje verde olivo.

- ¿Qué demonios, Christian? -Fue su saludo.

-Vaya, ni siquiera un hola. Pero qué modales…-Comentó el aludido antes de señalarme. - Ella es mi secretaria, la señorita Guerra, él es mi mejor amigo desde la infancia con complejo de niñera, Daniel López.

-Un gusto. -Replicó Daniel antes de volver al tema sin siquiera mirarme dos veces. - ¿De dónde m****a salió esa información? Esto será un desastre, ya van dos inversionistas que me preguntan al respecto y exigen respuestas, ah y por su fuera poco ¿el proyecto del centro comercial? Mas te vale irlo olvidando o hacer un milagro.

- ¿Quieren retirarse?

-Exacto, prefieren perder la ubicación perfecta que ver su reputación manchada.

- ¿Por qué harían eso?

-Christian, quieren protegerse y no los culpo. -La voz de Daniel se suavizo, algo me dijo que en verdad entendía la situación mucho mejor que su amigo. - Si no tienes forma de demostrar que el artículo se equivoca podemos enfrentar graves problemas.

-Bien, al rato te mando los particulares del caso, la verdad no hay mucha información, fue antes de que manejáramos todo digital, pero nada apunta a que se haya actuado mal. Te lo prometo.

Unos minutos después nos encontrábamos en el coche de Daniel, quien amablemente ofreció llevarnos al hotel. En la recepción nos entregaron nuestras llaves y tras despedirnos de su amigo subimos a dejar las maletas, no había tiempo de hacer otra cosa, nos esperaban en la compañía. Nos hospedaríamos en dos cuartos adyacentes, conectados por el baño. No me encantaba la idea, pero nadie me preguntó al respecto. Además, compartir el baño con mi jefe no era ni siquiera una de las cosas más raras que había hecho ese año.

El cuarto al que entré, con el número 206 en la puerta, era pequeño y acogedor, limpio como sólo los cuartos de hotel y hospitales pueden ser. Dejé mi maleta a los pies de la cama y salí al pasillo, donde esperé a Christian con mi portafolio en mano.

-Bien, vamos. - Dijo encabezando la marcha hacia el ascensor. -Juro que las cosas no siempre son así, ¿eh? En sí sólo debes pasarme los documentos que te solicite, café… la verdad no se bien qué debe hacer una secretaria, contratar una secretaria fue idea de mi padre.

Sentí un escalofrío ante la mención de su padre, aunque logré contenerlo bastante bien.

-Bueno, en primer lugar, podría ayudarle con su corbata, señor. -Respondí, notando lo chueca que esta lucía.

- ¿Qué tiene de malo mi corbata?

-Am, que luce como si la hubiera anudado un niño de cinco años, señor.

-Vaya, no pudo enojarme cuando me insultas y después me dices señor. Vale, arréglala si puedes, aunque debo advertirte que es más difícil de lo que parece.

- ¿Cómo lo quiere: Cuatro en Mano, medio Windsor, Windsor…?

-Oh, Windsor suena bien.

Asentí, sin comentar que ayudaba a mi padre con su corbata desde los cuatro años, desde niña lo observaba y cuando tuve edad también ayudaba a Antonio con la suya, se veía tan bien de traje… Desanudé su corbata y comencé a trabajar, ignorando la cercanía entre ambos, además del pequeño espacio que nos rodeaba y la forma en que sentía su respiración en mi frente.

-Listo. - Anuncié apartándome sólo unos segundos antes de que sonara el ding y se abrieran las puertas en el vestíbulo.

-Se ve… mucho mejor, gracias.

-No es problema, señor.

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