Danza Tabú
Danza Tabú
Por: Luna Wild
Capítulo 1

— Conejito, ¿por qué no me contestabai” el teléfono? —dijo una mujer con voz vulgar cuando contesté el móvil de mi esposo. Yo no suelo hacer esto, pero, llamaban con tanta insistencia que pensé que uno de los pacientes de mi cónyuge tenía alguna emergencia.

Yo sospechaba que Cristian tenía amoríos con otras mujeres, pero, no tenía la certeza que así fuese. Escuchar a esta mujerzuela fue un balde de agua fría. No sabía si contestarle de forma irónica u ofenderla sin piedad. Finalmente, opté por cortar y no decir nada. Me senté en la cama y esperé que mi maridoterminase de ducharse.

—¿Qué haces acá a esta hora? —preguntó molesto

—Te recuerdo que en esta casa yo vivo, conejito—respondí con frialdad. Manteniendo la calma y tratando de disimular mis ganas de matarlo.

Por unos segundos pude ver su turbación, sin embargo, volvió a su postura fría casi de inmediato. Tuvo la desfachatez de increparme por haber contestado su móvil. Yo no podía creer que era tan cara dura. Traté de mantenerme digna como la dama que soy, pero, finalmente exploté. Le pegué una fuerte bofetada y lo increpé por su amorío.

Me tomó fuerte de los brazos y me empujó hacia la pared. Luego me dijo que yo no tenía ningún derecho de exigir fidelidad. Me recordó que nuestro matrimonio lo habían acordado nuestros padres. Mi papá le debía una suma millonaria de dinero a mi actual suegro y para que esta deuda quedase saldada acordaron que Cristian y yo nos casáramos. Y así fue como hace cinco años comenzamos a ser marido y mujer.

A él solo le atraigo físicamente. Me lo ha dicho. Le gustan mi ojos azules, pelo rubio y figura delgada, pero, aparte de la atracción física no siente nada por mí. Conmigo es frío y distante. Nunca me ha dicho una palabra de cariño. Ni nada que denote que me quiere. Yo debo ser la mujer más estúpida del mundo. Pese a lo anterior he aprendido a quererle, lo cual, es equivalente a querer a un cubo de hielo.

Interrumpí el discurso donde trataba de culparme a mí por haberme enterado. Le pedí el divorcio. Él se puso a reír como si le hubiese contado el mejor chiste. Me dijo que nuestra unión era para siempre. Que jamás nos íbamos a separar.

— Mi papá me compró a esta muñequita preciosa y yo no quiero dejar de jugar con ella—fue uno de los argumentos bobos que usó para no romper nuestra unión.

Finalmente se aburrió de hablar y se fue. No hay que ser adivina para saber que fue a juntarse con la coneja del demonio. Aunque no quería sufrir por esta situación las lágrimas comenzaron a correr profusamente por mis mejillas.

Yo nunca estoy los martes en casa a esa hora, ya que, asisto a un curso de baile moderno. Hoy, tras esperar media hora al profesor, las alumnas nos enteramos que él tuvo un percance y que no iba haber la clase ese día. Mientras lo esperábamos, una joven vestida a la usanza de los años ’50, nos entregó unos flyers donde nos invitaba a trabajar en un cabaret como bailarinas de Burlesque. La audición era ese día a las ocho de la tarde. Varias de mis compañeras estaban muy entusiasmadas y se iban a presentar a la hora solicitada. A mí también me llamó mucho la atención, pero, no era adecuado que la esposa de un médico cirujano estuviese rondando esos lugares.

Tenía tanta rabia por lo acaecido con mi cónyuge que decidí presentarme a la audiencia. Elegí una vestimenta acorde, una máscara y unos zapatos con tacones muy altos. Me pinté los labios de color rojo y dejé mi pelo rubio suelto.

Busqué en el GPS la ubicación del cabaret. Literalmente queda al otro lado de la ciudad. Eso me hizo titubear de ir, pero, mis ansias de venganza hacia mi esposo eran mayores. Así que me subí a mi auto y manejé hasta el tugurio. Ahí encontré a varias compañeras que se sorprendieron con mi presencia. Aún faltaba para que fuesen las ocho de la tarde, pero, nos pidieron que nos vistiéramos para la audiencia. Yo me coloqué mi corset y mi culotte de encaje. Ligas y portaligas. Una máscara con plumas y unos tacones de diez centímetros. Todo de color rojo como mis labios.

La chica que nos invitó a esta audición nos pidió que subiéramos al escenario. Todas estábamos divinas. La mayoría estaba vestida con color oscuro, por lo que, mi vestimenta roja resaltaba entre el resto. Llegaron varios hombres, sin embargo, uno llamó mi atención. Era muy alto y aún vestido de traje se notaba que tenía un cuerpo esculpido. Pelo castaño, piel blanca y unos ojos pardos de gato dominante que me encantaron. Pese a que no tiene más de veinticinco años los demás parecían rendirle pleitesía, por lo que, me imaginé que era el dueño del cabaret.

Nos miró una a una. Cuando nuestras miradas se cruzaron empezó una lucha de poder. Yo no soy sumisa en lo absoluto. Tengo un carácter muy fuerte y quizás esa sea la razón por la que mi marido se mantiene alejado de mí. Después de un rato y viendo que yo no agachaba la vista como lo habían hecho el resto de las postulantes se sonrío y siguió mirando a las demás.

Cuando terminó de mirarnos se presentó como Eduardo. A secas. Sin apellidos. Ni apodos. Agregó que era el dueño de una cadena de cabarés y casinos. Agregó que él solo necesitaba a cinco nuevas bailarinas, por lo que, no todas íbamos a bailar ese día. Iba a partir viendo a cinco bailarinas y si quedaba conforme las demás quedarían pendientes para una próxima oportunidad.

A la primera que nombró fue a mí. Obviamente, no me registré con mi nombre, sino que, con el seudónimo de Almendra.  Yo me sonreí como niña chica con una sonrisa de oreja a oreja porque me habían elegido de las primeras. Luego nombró a cuatro mujeres más. Bailaríamos en el orden en el cual habíamos sido escogidas, por lo tanto, yo fui la primera. Elegí una versión muy sensual de la canción Feeling Good y me comencé a mover como una gata que busca llamar la atención del macho alfa. Apliqué lo aprendido en las clases de baile y a eso le sumé una sensualidad reprimida desde hace mucho tiempo.

Tras haber bailado todas las elegidas nos avisaron que todas habíamos quedado seleccionadas. Eduardo agradeció a las demás chicas y les dijo que en una próxima oportunidad podían postular nuevamente. Cuando quedamos solo las seleccionadas nos hablaron de las condiciones contractuales y otros detalles del cabaret. El tugurio funcionaba todo el día y dependiendo de la hora en la que se trabajaba se establecía el pago.

Nos preguntaron a qué hora nos acomodaba trabajar. Yo respondí que quería trabajar de lunes a viernes de tres a seis de la tarde. A esa hora rara vez se encontraba Cristian en la casa, por lo que, no notaria mi ausencia y no preguntaría a que estoy abocada.

El jefe nos indicó que nos esperaba al día siguiente en los horarios escogidos y nos señaló que ya podíamos ir a vestirnos. Cuando iba camino a uno de los camerinos, Eduardo, me tomó suavemente del brazo y me pidió que lo acompañase. Llegamos a una oficina grande y sobria. Me preguntó que quería beber. Yo por lo general no bebo, pero, ese día necesita algo de alcohol para relajarme. Le pedí una copa de Champagne. Él se sirvió Whisky con harto hielo. Comenzamos a beber y a conversar trivialidades. Me preguntó si tenía esposo e hijos. Qué hace cuántos años estaba casada. Le dije que me casé a los 29 años, que llevo cinco años de matrimonio y que no pretendo tener hijos.

Cuando estaba tomando la segunda copa de Champagne se acercó a mí y me besó. Yo no puse resistencia, al contrario, dejé mi copa y lo abracé apasionadamente. Hace tiempo no me besaban de esa forma. Comenzamos a acariciarnos y a quitarnos la ropa para terminar follando.

Él pretendía que pasáramos la noche juntos. No podía. Por mucho que Cristian tuviese una amante yo no podía tener lo mismo. Comencé a sentirme culpable por lo que había hecho con alguien que debe tener diez años menos que yo. Sabía que era un error por muchos motivos. El principal es que soy una dama casada y no debo dejar de serlo.

De forma caballeresca, Eduardo, insistió en ir a su departamento. Le dije con firmeza que no y dejó de insistir. Me pasó una tarjeta de presentación para llamarlo cuando yo quisiese. Su nombre completo me dejó estupefacta. Se llama Eduardo Marín de la Cruz. Tiene los mismos apellidos de mi esposo. Cristian me había contado que tenía un hermano que era la oveja negra de la familia porque se dedicaba a negocios turbios. En resumen, la primera vez que engañé a mi cónyuge lo hice con mi cuñado. Estaba muy preocupada por esto.

—Bella, ¿por qué reaccionaste así al ver mi nombre? ¿Hay algún problema? —, preguntó Eduardo con genuino interés.

Al principio me quedé callada. No podía salir de mi estupor. Me había acostado con el hermano de mi esposo. Finalmente terminé confesándole que nunca había engañado a mi esposo. Rápidamente intentó tranquilizarme. También, me dijo que lo nuestro sería un secreto. Sus palabras me dejaron más tranquila, pero, la culpa no menguaba. Además, temía que se enterara que éramos cuñados. Mientras me quitaba el maquillaje intenté volver a ser la mujer honesta que siempre he sido.

Me fui manejando a toda velocidad porque ya eran más de las 21.00 horas. Cuando llegué a casa, Cristian, me increpó por lo tarde que estaba llegando. Yo le respondí irónicamente que solo quise darle tiempo para que estuviese con su conejita. No respondió nada. Solo me miró enojado.

Me encerré en el baño. Ahí registré el fono de Eduardo en mi móvil con el nombre de Estela. Boté en el WC su tarjeta de presentación. La idea era que Cristian no se enterara de nada. Borrar la evidencia que me hacía sentir muy culpable no impedía que lo único que pensase era en ver nuevamente a Eduardo, mi cuñado.

(Registro Safe Creative: 2403127312502)

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